7 de junio de 2025 2:05 pm
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OPINIÓN

Ecología somos todos

Tanto en el espectro académico como en el político, cada vez es más frecuente utilizar el término “ecología política” realizando una suerte de paralelismo con la “economía política” para referirse a aquel movimiento político cuya lucha principal es la de un mundo más “verde...

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Amanda Vega Hidalgo

Próximamente (entre el 1 y el 12 de noviembre) va a tener lugar en Glasgow lo que se ha calificado como “la cumbre climática definitiva”, la COP26 (Conferencia de Naciones Unidas sobre Cambio Climático). En un contexto de optimismo generado por la vuelta de EEUU al Acuerdo de París, que había sido abandonado bajo la presidencia de Donald Trump, las expectativas alrededor de esta cumbre son realmente altas.

Bajo una filosofía similar a la del famoso eslogan “Hacienda somos todos”, se habla de que el conjunto de los países de la economía mundial debe ir de la mano hacia la meta de la reducción de emisiones de CO2. Se señala especialmente a China e India como principales países contaminantes, así como a las economías menos desarrolladas, las cuales también se incluyen en el “equipo “hacia la salvación del planeta. Por otra parte, se alaba la labor del G7 en tanto que economías y democracias “plenamente sólidas y desarrolladas” por su compromiso de emisiones cero para el año 2050. En este punto, tal vez sería interesante recordar hechos tan influyentes como la deslocalización productiva o las cadenas globales de valor, por los cuales, las fases más contaminantes (normalmente, de menor valor añadido y, por tanto, menos rentables) de los procesos productivos se suelen realizar en los países menos desarrollados, ávidos de inversión extranjera por propia supervivencia en el terreno de la actual economía mundial capitalista, mientras que aquellas menos contaminantes, principalmente relacionadas con las fases de I+D+i (de mayor valor añadido y, por tanto, más rentables) se quedan en los países emisores del capital que finalmente financia todo el ciclo productivo. Todo esto, sin mencionar que las economías del G7 pudieron obtener el nivel de desarrollo de fuerzas productivas que hoy ostentan sin tener en cuenta ninguno de estos objetivos.

¿Quiere esto decir que se debe ignorar el claro desgaste que tanto tiempo lleva sufriendo el planeta y las señales que de ello muestra? ¿Es acaso posible continuar infinitamente con la dinámica actual? Por supuesto que no. Pero es aquí donde se debe tener muy claro hacia dónde debemos dirigirnos para no chocarnos con un muro de ignorancia, idealismo y frustración.

Tanto en el espectro académico como en el político, cada vez es más frecuente utilizar el término “ecología política” realizando una suerte de paralelismo con la “economía política” para referirse a aquel movimiento político cuya lucha principal es la de un mundo más “verde” a través de una transformación de la relación de los humanos para con el medio natural. Esto, desde mi punto de vista, es erróneo por varios motivos. En primer lugar, pareciera que es posible añadir el adjetivo “político” a cualquier rama del conocimiento a modo de “pegote” cuando si hablásemos, por ejemplo, de “química política”, constataríamos que aquello carece de sentido. Por otro lado, y en consonancia con las tendencias neoliberales predominantes, resultaría asimismo plausible separar los conceptos de “economía” y “política” como si la economía fuera aquella ciencia pura que se dedica a estudiar fenómenos completamente ajenos a la vida humana, cuando, nada más lejos de la realidad, lo que aborda es precisamente cómo esta obtiene los medios de vida para garantizar su reproducción. Y en este punto me pregunto: ¿no es necesariamente mediante estas relaciones de producción que el ser humano se relaciona con la naturaleza? ¿no deberían entonces estas preocuparse por la sostenibilidad del planeta? Es decir, el modo de producción tiene inevitablemente consecuencias sobre el ecosistema, consecuencias que la ecología estudia desde la rama de la biología. No obstante, es este (el modo de producción) sobre el que hay que poner el foco si queremos evitar esas consecuencias (cambio climático, contaminación, etc.).

Sin embargo, el discurso propuesto desde la “ecología política” no rompe con la lógica de producción, sino que centra la acción en las pautas de consumo en total sintonía con la lógica capitalista del ser humano concebido como individuo que toma decisiones libres y racionales, obviando todo lo social. Como si Robison Crusoe no se tratara de una novela de ficción.

La sostenibilidad del planeta debería ser, sin duda, uno de los objetivos primordiales de la economía política. Empero, actualmente solo existe uno: la rentabilidad y si esto no se supera, cualquier rimbombante cumbre será, simplemente, una quimera.

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