Carla Roel de Hoffmann
El pasado martes, 2 de noviembre, se reunieron en Dealy Plaza – el lugar en el que, en 1963, asesinaron al Presidente John F. Kennedy – en el centro de Dallas, Texas, Estados Unidos de América, , cientos de personas convencidas de que John F. Kennedy Jr. iba a aparecer alrededor de las 12:00 p.m. para revelar que no murió y que se uniría a la campaña del expresidente Trump como su nuevo vicepresidente en las elecciones federales del 2024.
Estas personas estaban convencidas que, una vez que Trump volviera a ser presidente, dejaría el cargo para que lo ocupara Kennedy, quien nombraría al desprestigiado general Michael Flynn como su vicepresidente. Trump se convertiría en una especie de rey de reyes.
Si no lo recuerdan, John F. Kennedy Jr. murió en 1999 en un accidente aéreo junto con su esposa y su cuñada.
De este tamaño son las teorías de la conspiración que creen los seguidores de QAnon, un movimiento que inició en internet y que comenzó diciendo que algunos demócratas, celebridades de Hollywood y millonarios son adoradores de satán y que dominan al mundo, mientras que realizan actos de pedofilia, trata de personas y consumen un químico que extiende la vida y que extraen de la sangre de los niños. Piensan que Trump es el mesías que va a salvarlos del deep state y que va a acabar con estos depravados. Sus orígenes son antisemíticos.
Como pueden ver, estas locuras salieron del internet y comenzaron a tener consecuencias trágicas en 2016, cuando una persona fue a una pizzería en Washington y mató a un hombre, pensando que estaba liberando a los niños que estaban secuestrados ahí (Pizzagate). También vimos en tiempo real la toma violenta del Capitolio el 6 de enero de este año por muchos de sus seguidores.
No voy a entrar a analizar las posturas contra el uso del cubrebocas en plena pandemia, ni en el rechazo a las vacunas porque contienen células de fetos abortados o un microchip con el que nos van a controlar (por cierto, si esto último es cierto, espero me pongan saldo con frecuencia por favor).
Ayer escuchaba a un reportero de CNN platicar con John Berman, el titular del noticiero de la mañana de esa cadena, decir que este tipo de personas parten de un sentimiento de persecución y necesitan pertenecer, necesitan sentirse parte de algo superior a ellos mismos y que este tipo de grupos radicales llenan los vacíos que tienen en sus vidas.
Las afirmaciones de estos grupos nos parecen descabelladas, pero no estamos tan lejanos a aseveraciones similares: “la derecha conservadora utiliza a los niños con cáncer y sin medicamentos oncológicos en contra del gobierno”, “el Covid es una enfermedad que solo da a los fifís”, “la fuerza moral del presidente lo protege del contagio”, “la energía solar y eólica no se produce en invierno”, “los derechos de las mujeres son neoliberales”, “no es necesario vacunar a niños y adolescentes por que no se contagian”, “la ola de violencia es culpa del Nintendo”, etc.
Hay quienes no se sienten obligados por la verdad, quienes frente a la terca realidad se crean un universo alterno, quienes sienten una compulsión incontrolable a mentir. La ciencia psiquiátrica las diagnostica como mitómanas.
Cuando el culto a la persona rebasa la propia percepción de la realidad, e impide ver lo evidente, me pregunto si los seguidores de las teorías de la conspiración tienen tal vacío en su vida que, con tal de pertenecer a un grupo repiten falsedades a diestra y siniestra y como no tienen argumento alguno para defender sus dichos, atacan a quienes los confrontan con la verdad.
La postura de ellos contra nosotros nunca ha dejado nada bueno. A lo mejor valdría la pena hacer un alto y reflexionar en las probables consecuencias de estas realidades que se viven en todo el mundo.
