23 de diciembre de 2024 6:46 am
OPINIÓN

Ideología fugitiva

...fueron muchos los factores que encausaron y promovieron el protagonismo del debate ideológico, se puede considerar que los altos índices de pobreza y corrupción observados durante el sexenio pasado fueron, en realidad, algunas de las principales motivaciones...

AUDIO COLUMNA
Michelle Bermúdez Betancourt

México es una nación llena de cultura, tradición, diversidad y esperanza; sin embargo, la desafortunada realidad de desigualdad e impunidad que se vive en este país desde hace ya varias décadas ha impedido que la atención de los y las ciudadanas se concentre en aquello que le determina y eleva.

Dicha realidad, tan trágicamente enemistada y contrastante ha desembocado en una sigilosa, pero no por ello menos relevante, necesidad ciudadana de replantearnos qué ideología política es la que debería y deseamos sea cabeza y luz de la solución a nuestros problemas tanto sociales como políticos y económicos. A pesar de que dicha necesidad, traducida en debate, siempre se ha encontrado presente, no resulta oculto para nadie que en los últimos cuatro años -desde el comienzo de las campañas presidenciales del 2018, hasta hoy día- esa inquietud ha salido del segundo plano en el que se encontraba, para convertirse así en la “estrella» y tema central de todo asunto público nacional.

Si bien, fueron muchos los factores que encausaron y promovieron el protagonismo del debate ideológico, se puede considerar que los altos índices de pobreza y corrupción observados durante el sexenio pasado fueron, en realidad, algunas de las principales motivaciones y razones para urgir a los y las millones de mexicanas a cuestionarse el rumbo y actuar del gobierno, así como a optar por una vía de administración pública distinta y “nueva”.

El hoy presidente, Andrés Manuel López Obrador, no fue ajeno a ello, de forma tal que en el 2018 se terminó de posicionar a sí mismo como el, tan ansiado y necesitado, camino alterno; se convirtió en la imagen y representación de la izquierda en el país y con ello buscó enfatizar, a modo de estrategia, el ya existente descontento ideológico. Este preciso actuar, no distaba en lo absoluto de lo común, puesto que todo candidato, en cualquiera que sea la campaña que le atiende, tiene como objetivo transmitirle a la ciudadanía la ideología que lo rige para, como consecuencia, darle a los votantes una especie de “guía” e incentivo a votar que se sustente -idealmente- en la identificación del propio ciudadano, con aquello que el candidato piensa y propone.

Hasta ese punto, la situación ya se mostraba extrema, pero seguía siendo una de las prácticas políticas a las que los mexicanos y mexicanas estábamos “acostumbrados”; sin embargo, conforme más avanza el sexenio se ha observado que el presidente no sólo no ha cesado sus insistencias ideológicas, sino que las ha aumentado. El problema real es que, el aumento de dicha insistencia ha tenido la única función de distraer la atención de lo que al gobierno concierne, así como la de culpabilizar a un ente abstracto e inexistente por sí mismo, como lo es una ideología, en este caso la neoliberal, de los crímenes de los que hoy día, a tres años de gobierno, el país sigue siendo víctima. Culpar a los “neoliberales” y señalarlos como la causa de encontrar el cuerpo de un bebé dentro de un penal o del asesinato de una periodista es más que un insulto a la ciudadanía y a los familiares de las víctimas, sino que es también un acto gubernamental distraído que, en lugar de asegurar consecuencias, fabrica narrativas.

Las ideologías, sin importar cuáles sean, por sí mismas no van a solucionar nuestra realidad, así como en lo que va del sexenio se demostró que no acaban con la pobreza ni extinguen la corrupción; sin embargo, el centrar nuestra plena atención en ellas como salvadoras o culpables, fomentando y permitiendo así una sociedad en permanente división y un gobierno en constate distracción nos seguirá alejando de aquel futuro próspero, libre y justo que este país se merece.

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