23 de diciembre de 2024 2:57 am
OPINIÓN

Libros de grandes escritoras: La enfermedad y sus metáforas de Susan Sontag

Muchos de sus ensayos se enfocan en cómo la sociedad reacciona ante los miembros que tienen dolor. En La enfermedad y sus metáforas, Sontag hace una comparación entre el comportamiento que ésta tiene ante un enfermo de tuberculosis y un enfermo de cáncer...

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Cecilia González Michalak

Para entender este ensayo, hay que conocer primero la vida de Susan Sontag. Esta escritora de novelas y guiones nació en Nueva York en 1933. Sus padres Jack Rosenblatt y Mildred Jacobsen, eran judíos estadounidenses; él se dedicaba al comercio de pieles en China y ella era ama de casa. Cuando Susan tenía cinco años, su padre murió a causa de una tuberculosis adquirida en uno de sus viajes. Su madre, después de siete años de viudez, se casó con Nathan Sontag quien adoptaría legalmente a las dos hijas del matrimonio Rosenblatt.

Susan Sontag estudió y fue docente de varias universidades, como Berkeley, Oxford, la Universidad de Chicago, la Universidad de París y Harvard. Se casó a los 17 años con Philip Rieff, después de un noviazgo de diez días, y tuvo un hijo, David Rieff, quien sería el editor de sus novelas y ensayos. Después de ocho años, se divorciaron, y Sontag tuvo varias relaciones románticas con Harriet Sohmers Zwerling, con la dramaturga cubana María Irene Fornés, con el poeta ruso Joseph Brodsky, y con la fotógrafa Annie Leibovitz.

Muchos de sus ensayos se enfocan en cómo la sociedad reacciona ante los miembros que tienen dolor. En La enfermedad y sus metáforas, Sontag hace una comparación entre el comportamiento que ésta tiene ante un enfermo de tuberculosis y un enfermo de cáncer. La tuberculosis es una enfermedad romántica, rápida, digna de los buenos artistas, que al toser deja escapar un poco el alma. Además, como no tenía cura, lo mejor que se podía hacer era ir al mar para dar los últimos respiros dentro de la contemplación del poético paisaje.

El cáncer, al contrario, destroza de adentro hacia afuera al individuo lentamente, y los pacientes se vuelven víctimas de la conspiración del silencio: los doctores hacen comentarios únicamente a los familiares, y los familiares van desapareciendo conforme el cuerpo va cediendo ante la guerra entre las células nocivas y los químicos. La poesía desaparece en el paciente que va convirtiéndose en un objeto al que sólo le queda esperar no tener más dolor.

Este ensayo fue escrito en 1977, mientras Sontag estaba en tratamientos de radioterapia para pelear con un avanzado cáncer de mama cuando tenía 43 años. Al vivirlo en carne propia, se dio cuenta que las enfermedades mortales originan actitudes sociales más dolorosas y dañinas que los síntomas propios de éstas. La gente de alrededor se rinde pronto ante los efectos de los tumores, convenciendo al paciente que no existe vida después del tratamiento.

Con sus palabras, Sontag quiere regresarle la dignidad y la humanidad a todas esas personas objetivadas como meros individuos en tratamiento. La actitud valiente de confrontar la enfermedad como una etapa que sólo alenta la vida se puede ver en los pequeños; los niños con cáncer tienen un mayor porcentaje de entrar en remisión que los adultos, porque no quieren poner un punto final en su historia.

Diez años después de la publicación de La enfermedad y sus metáforas, la ensayista que enfrentaba las causas nobles a través del efecto social de las palabras, escribió El sida y sus metáforas. En esta ocasión, confronta la situación de esta pandemia que atacó ferozmente en los años ochenta y noventa, donde la sociedad veía como parias a todo contagiado. Sontag, perteneciendo a un círculo artístico, estaba rodeada de personas de la comunidad LGBTQ+ que tenían el virus y conocía perfectamente que el desdén y la marginalización eran un peor problema que la enfermedad misma.

Susan Sontag murió a la edad de 71 años, debido a complicaciones de un síndrome mielodisplásico que desembocó en una leucemia mielógena aguda, originado por la radioterapia recibida tres décadas antes. Ella defendía que lo único que diferenciaba a las personas, era el nivel de inteligencia –más emocional que cerebral–. Sus ensayos muestran claramente que sin entendimiento, empatía y compasión, es peor vivir en la ignorancia que con una enfermedad sin cura.

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