Rodrigo Saval Pasquel
En el México actual, es casi imposible llegar a un cargo de representación popular sin el respaldo de un partido político. En muy contadas ocasiones, una o un candidato independiente ha logrado una victoria electoral. Esto es reflejo del funcionamiento de un sistema político que fue diseñado para perpetuar su existencia mediante el llamado “pacto de caballeros” en el que existen acuerdos entre diferentes “ideologías” para mantener la forma de hacer las cosas. Y así como dice el dicho “la forma es fondo”. Pero ¿cómo podemos evolucionar?
En una democracia ideal, se esperaría que quienes lideren o tomen las decisiones sean inspirados principalmente por la intención de mejorar las cosas para el sector más amplio de la población. Personas que mediante un sentido correcto de justicia, puedan actuar desde la empatía y evitar el egoísmo a toda costa. Y a pesar de que somos una democracia en la que todos los votos valen lo mismo, la realidad es que no siempre son seleccionadas las candidaturas ideales.
Cuando un sistema de toma de decisiones es diseñado y manejado por un grupo o grupos de personas que buscan perpetuar sus privilegios para la posteridad, difícilmente cambiará al menos que sea para evitar su extinción, o aumentar sus beneficios. En la selección de candidatas y candidatos, los partidos políticos —no todos y no siempre— deciden los perfiles a competir guiándose en el principio anterior. Por lo mismo existen ciertas costumbres que son difíciles de romper, pero que si queremos mejorar, debemos de desmantelar.
El ejemplo más claro de lo anterior es la elección interna de Morena llevada a cabo el 30 de julio de 2022. El partido que se ostenta como “el más democrático del país”, y aquel que “puede organizar las elecciones mejor que el INE”, nos demostró que está pervirtiendo a nuestra democracia no solo desde el poder, sino que también desde sus entrañas.
No es secreto que no simpatizo con Morena. No obstante creo —que como en todos los partidos— tienen cuadros valiosos. Es decir, personas que verdaderamente buscan aportar su vida o su trabajo porque sueñan con un México mejor, y que no solamente creen, sino que trabajan día a día, para lograrlo. Pero que con tragedias como las que ocurrieron en todo el país el sábado, son privados del acceso a las posiciones que permitirían acabar con los privilegios que hoy lastiman a todas las personas que vivimos en este país.
Como sociedad no podemos permitir que los partidos se vuelvan más grandes que las personas, ni que las personas se vuelvan más grandes que los partidos. Un país democrático y en paz únicamente podrá ser construido desde la horizontalidad en la búsqueda de los puestos que otorgan el poder. Pero debemos de evitar que las personas correctas se vuelvan víctimas de estas dinámicas, y que se privilegie el perfil de las autoridades desde su motivación.
A veces disfruto imaginar a un México en el que las elecciones son ganadas por las personas correctas y no por los colores que los representan. Un país en el que quienes gobiernan lo hacen desde la virtud, no desde el pragmatismo inherente a la defensa del privilegio. Hoy yo dedico mi vida y mi trabajo para lograr que suceda lo contrario, y aprovecho esta columna para invitar a quien piense similar a unirse en la construcción de una democracia ideal.
Hoy yo construyo con Movimiento Ciudadano, pues en sus filas encontré afinidad en su objetivo, y —más importante— en la forma de hacer las cosas. Y aunque yo simpatice con el color naranja, no me cierro a apoyar a cualquier joven —independientemente de su simpatía o afinidad— que como yo, quiera ser parte de una generación en la que el nuevo pacto sea buscar como interés primordial un México mejor para todas las personas, no solo para algunas.