Cecilia González Michalak
Matilda es una oda a la curiosidad y al aprendizaje. Este libro escrito por Roald Dahl (1916-1990) –quien escribió diversas novelas para niños y no tan niños como Charlie y la fábrica de chocolate, Brujas y varios cuentos sobre su vida como combatiente de la Real Fuerza Aérea durante la Segunda Guerra Mundial–, cuenta la vida de una niña brillante.
El amor a la literatura fue una panacea de la realidad de Matilda Wormwood: sus padres adoraban vivir en la ignorancia, preferían ver la televisión y no levantar un libro, y prácticamente no le hacían caso en todo el día. La biblioteca pública se convirtió en su refugio, a tal grado, que con sólo cinco años, la pequeña ya había leído las obras de los grandes autores de la literatura y hasta podía resolver operaciones aritméticas difíciles, e, incluso, desarrolló sus dones telequinéticos.
Cuando entró a la escuela encontró un mundo más amable. Por primera vez conoció el amor maternal con su maestra, la señorita Miel, y la amistad con sus compañeros de clase, sobre todo con Lavender. Lo malo, es que la terrible directora, Agatha Tronchatoro, nublaba con su dureza cualquier halo de felicidad. Cuando castigaba a los alumnos, los encerraba en un dispositivo de tortura al que llamaban la ratonera, o los lanzaba por el aire. A ella le gustaba educar a través del miedo aunque detestaba a los niños.
Conforme la historia se desarrolla, uno va descubriendo los secretos de los personajes, sus miedos, y también sus fortalezas. Es un libro maravilloso que recuerda lo increíble que era descubrir el mundo cuando se era niño y lo poderosa que es la amistad cuando se cree que no hay salida.
Esta novela, al igual que muchas otras escritas por Dahl, fue ilustrada por Sir Quentin Blake. Nacido en los suburbios de Londres, en Sidcup, provincia de Kent, en 1932, ha dibujado desde que tiene uso de razón. Desde que tenía 16 años se ha ganado la vida como ilustrador. Después de terminar su carrera, continuó ilustrando en revistas y ejerció como profesor en el Royal College of Art, donde fue jefe del departamento de Ilustración de 1978 a 1986. Desde los años 90, empezó a fungir como comisario de exposiciones de la Galería Nacional, la Biblioteca Británica y el Musée du Petit Palais de París, sin dejar de crear personajes literarios entrañables.
Para sus ilustraciones, usa una caja de luz. En ésta coloca el dibujo en bruto con el que va a trabajar, y encima una hoja de papel de acuarela. Cercanos a su espacio de trabajo, tiene una botella de tinta negra y muchas plumas y plumones. Lo que sucede a continuación no es el rastreo; Sir Blake aclara que es importante que no pueda ver el dibujo de abajo con demasiada claridad para tener la sensación de que dibuja un personaje como si fuera la primera vez. Esta técnica le permite tener una mayor concentración, porque el dibujo de abajo le hace saber todos los elementos que tienen que aparecer y exactamente dónde deben colocarse para darle continuidad a las ilustraciones de sus libros.
Con Matilda, Sir Quentin Blake creó los personajes tal y como los imaginamos: una protagonista curiosa y valiente, una dulce profesora, un goloso Bruce, y una espantosa Tronchatoro. Sus ilustraciones fueron tan icónicas que incluso ganó el Premio Nacional de la Literatura Infantil en 1988, justo el año que se publicó esta linda historia.
