
Por María Elizabeth de los Rios Uriarte
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Desde Platón y sus influencias órficas sobre la transmutación de las almas hasta la idea del super hombre de Nietzsche, la inmortalidad parece estar pasando más de un ideal de ciencia ficción a una realidad inminente. Prueba de ello son los avances que al respecto se están no sólo pensando sino, de hecho, realizando, en el instituto para el futuro de la Humanidad y el proyecto Humanity Plus en la Universidad de Oxford.
Este instituto fundado por el filósofo Nick Bostrom pretende reunir a las mentes más brillantes en áreas como la física, matemáticas, economía, filosofía, ingeniería y otras con el único propósito de pensar el futuro de a humanidad y detectar riesgos para su permanencia para encontrar soluciones a los mismos. En este sentido, forman parte del movimiento intelectual, cultural y hasta artístico llamado Transhumanismo.
Esta corriente de pensamiento afirma la necesaria evolución de la especie humana y toma como imperativo la implementación de mecanismos y de proyectos que le permitan seguir evolucionando mediante la constante mejora de sus capacidades y habilidades. De esta manera, desde el incremento de su condición física en esferas como la visual y el auditiva hasta la edición genética que permita erradicar enfermedades y evitar así el dolor y el sufrimiento. En este instituto se desarrollan tecnologías de última generación que pretenden fines tan ambiciosos como la misma inmortaldiad del ser humano.
Anders Sandberg es un neurocientífico que trabaja en el Instituto mencionado y para quien, uno de los tópicos de mayor interés es la posibilidad de inmortalidad del ser humano traspasando el contenido sináptico a una computadora de tal manera que, ante la inminente muerte de la persona, ésta pueda permanecer y seguir interactuando con el mundo a través de un sistema computacional. Así, memoria, recuerdos, conversaciones, vivencias, emociones y creencias, es decir, todo lo que somos, tiene la posibilidad de ser almacenado e insertado en un ordenador que permita la prolongación de nuestra identidad aún después de muertos.
Lo anterior despierta muchas preguntas: ¿nuestras emociones, creencias, memorias tienen una base material de tal manera que puedan ser trasladadas a una plataforma digital? ¿el contenido de mi cerebro soy yo? ¿soy sólo mi mente? ¿cómo se puede traspasar la personalidad y todo lo que en ella confluye para conformarla, a un dispositivo electrónico y lograr con ello la inmortalidad de mi ser?
Además, otros intentos para lograr el cometido de ser inmortales propuestos desde el transhumanismo son la criogenización pre y postmortem, la edición genética para evitar condiciones degenerativas o enfermedades crónicas, el alargamiento de los telómeros mediante la ingesta de fármacos para lograr la súper longevidad, el implante de dispositivos electrónicos digitales en el cuerpo humano para avanzar hacia la “perfección” y con ella hacia la inmortalidad, etc.
Esto nos introduce en un círculo interminable donde cada intervención que mejore alguna capacidad en un mayor grado, será motivo suficiente para seguir deseando mas y más, por ello conviene advertir que la perfección como ideal y la inmortalidad como fin no son más que quimeras que, aunque pasen por fases cercanas a su logro pleno, siempre recaerán en ese componente material que nos conforma pero que no nos constituye únicamente. No somos sólo nuestro cuerpo, ni nuestro contenido sináptico, no somos sólo nuestra función ante el mundo que nos rodea, somos y siempre seremos algo más que se resiste a ser descifrado y, por ende, programable.
Buscar la inmortalidad mediante intervenciones que sólo afectan nuestra corporeidad es una encomienda fallida desde su inicio, no se es inmortal gracias a una memoria USB que replica lo que un día dijimos, en cambio sí se es inmortal a través de los recuerdos que otros evocan de nosotros y en ellos se descubre que la inmortalidad de cada persona reside en lo que fue capaz de dejar y transformar en su mundo y en su tiempo.
Nuestro legado es nuestra inmortalidad. El reto no es lograr la inmortalidad per se sino el propósito de nuestra mortalidad.
Por ello, buscar la inmortalidad mediante intervenciones en un tiempo donde la imagen y el cuerpo cobran un papel protagónico en la escena pública, la perfección y la inmortalidad entran en primer plano como posibles detonadores de una idea de ser humano que dista mucho de eso que en realidad está presente
Todo esto sólo puede tener sentido cuando se toma como premisa fundamental que somos pura materia y que no hay nada trascendente en nosotros. La materia puede ser modificada e incluso encaminada hacia fines contrarios a su forma, también puede ser descifrada y reducida a un conjunto de piezas, de operaciones, de algoritmos que después pueden replicarse y seguir interactuando permanentemente.
Buscar la inmortalidad sería atentar contra precisamente aquello que impulsa esta búsqueda que es el límite como condición humana.
Cuando Anaximandro propuso el apeiron como principio constitutivo de todas las cosas lo hizo pensando en que, si todo tiene un lçomite que le hace ser lo que es (bosquejo inicial de las esencias), entonces tiene que haber algo que no tenga límites que sea lo que origine todo lo que sí los tiene y por eso no se puede decir qué es (porque carece de límites para identificarlo y nombrarlo) sino sólo que es ilimitado.
El límite constituye entonces la posibilidad de ser lo que somos: somos humanos en función de nuestra limitación y lo que nos impone estos límites es nuestro mismo cuerpo; si se pretende un fin contrario a aquél que viene inscrito en éste, entonces necesariamente tendríamos que pensar en que no somos humanos y no lo somos porque si para serlo necesito del cuerpo y éste se modifica con la intención de que deje de ser aquello que es, límite, entonces tengo que afirmar necesariamente que no somos humanos. La imposibilidad de la afirmación de las esencias se contradice con la intención misma de la búsqueda de la inmortalidad.