Por María Elizabeth de los Rios Uriarte
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La alta demanda de pacientes que requieren trasplante de algún órgano supera, por mucho, la oferta disponible, lo que ha llevado a científicos y profesionales de la salud a idear estrategias y desarrollar tecnologías que satisfagan la demanda y salven más vidas.
Dos han sido, hasta ahora, las opciones probadas: los xenotrasplantes que son los que se realizan de un animal a un humano y los bioimpresión de órganos mediante impresoras 3D.
Los primeros ha sido ya realizados con el trasplante de corazón de cerdo a un humano y, aunque con un éxito aparente, el resultado ha sido prolongar la vida de la persona por no más de 3 meses antes de que terminen siendo rechazados por el organismo humano.
Los segundos tuvieron un antecedente en 2006 con el trasplante de vejigas cultivadas en un laboratorio e implantadas en tres niños con relativo éxito, no obstante el paso hacia la impresión del órgano y su posterior trasplante aún no ha sido realizado.
Este tipo de posibilidad parte de la extracción del tejido en cuestión mediante una biopsia y su consecuente cultivo en biorreactores que son cámaras de acero inoxidable con medios adecuados para que obtengan nutrientes y puedan multiplicarse; después mediante una mezcla de hidrogeles se obtienen los materiales imprimibles. Las máquinas impresoras se cargan con materiales de tinta biodegradable y no tóxicos y con colágeno o gelatina para la impresión del tipo de células que se desea. Estas impresoras se programan con los datos personales del paciente según imágenes radiológicas o escaneos previamente obtenidos y los resultados se obtienen en cuestión de horas aunque pueden transcurrir hasta seis semanas para el implante final del órgano o tejido impreso.
Aunque puede ser una opción aceptable, los biotrasplantes a partir de bioimpresiones ameritan un análisis más profundo que detallaré a continuación:
1.- Lo primero que habría que considerar es que, como todo avance tecnológico, el costo de su adquisición puede ser bastante elevado, algo que necesariamente pondrá una barrera en su accesibilidad beneficiando sólo a quienes puedan pagar por el proceso y no a la mayoría de personas que requieren un trasplante. Sin embargo, esto no es motivo para desechar la idea, más bien, insta a la comunidad científica y a la sociedad en general a contribuir para que esta y otras prácticas no eleven sus costos a rangos inaccesibles y, por el contrario, a ofrecer los beneficios a todas las personas e incluso a pensar que puedan ser cubiertos por la seguridad social de cada país de tal manera que todas las personas pueden obtener la posibilidad de un biotrasplante que salve sus vidas.
2.- Es preciso recordar que la donación de órganos debe ser un acto altruista y libre de manipulación, por ende, de ninguna manera esta opción podría suplantar la necesidad de seguir insistiendo en la primera opción de la donación de órganos de humano a humano, es decir, en la gratuidad y solidaridad que nos deben caracterizar como personas y como sociedad. Los biotrasplantes deberán ser una segunda o tercera opción y sólo ofrecerse cuando las posibilidades de sobrevida del paciente ya sean escasas y no se encuentre el órgano compatible necesario para ofrecer una mayor expectativa de vida. Lo anterior se sostienen en que los riesgos de un bioimplante siempre superarán a los de un trasplante de otra persona por las razones de rechazo que se dan de forma natural y esperada ante la presencia de cuerpos extraños en el cuerpo. Por esta razón se deberán preferir los órganos humanos y sólo recurrir a los impresos cuando las opciones se hayan agotado.
3.- La posibilidad de ofrecer más vida a quienes están tocando su propio límite mediante la implantación de un órgano impreso es un gran avance y una buena opción, pero no hay que olvidar que, también éstos fallarán pues los materiales con los que están siendo hechos son biodegradables y se irán degradando en el organismo de la persona una vez implantados. Así, una consideración importante es el límite que se debe establecer para la fabricación de un mismo órgano para una misma persona. Es lógico que si el órgano implantado le ofreció a la persona 4, 6 u 8 años de vida, una vez que se degrade la persona mande hacer un nuevo órgano para obtener otros tantos años más y así sucesivamente creyendo que se puede conseguir la inmortalidad mediante la impresión recurrente de órganos artificiales.
En este tema, como en otros, los avances médicos y científicos siempre serán deseables pero guardando las debidas proporciones en donde se atiendan los posibles riesgos o efectos adversos de los tratamientos así como la consideración, entendimiento y aceptación del límite de la vida humana.
Aunque aún faltan años para que estos bioimplantes sean ofrecidos abiertamente y se aseguren condiciones de éxito, conviene ir contemplando la otra posibilidad que sería hacer avanzar una cultura de la vida que promueva, a su vez, una cultura de la donación de órganos como la máxima expresión de la solidaridad y de la caridad.