Por María Fernanda Rubio Ruiz
Escuchar
El umbral de los tiempos de campaña se encuentra marcado por una danza política de promesas y discursos efímeros, cuyo único propósito es la seducción al voto. Pero, ¿qué ocurre cuando esta seducción momentánea se convierte en el centro de quienes nos lideran? México, como muchos países, enfrenta un desafío significativo: políticos cortoplacistas que anhelan victorias electorales sin construir un futuro sólido. ¿Son acaso sus promesas breves destellos en un país imposibilitado de progresar? Me pregunto, ¿qué valor atesoran los votos conquistados si el porvenir se desvanece en el hoy? Las y los líderes políticos se han convertido en malabaristas del tiempo, virtuosos en el arte de prometer resultados instantáneos, más inexpertos en sembrar legados que sobrepasen su mandato. En su obsesión por el poder inmediato, olvidan trazar un rumbo sostenible para el país. La visión de 30 o 40 años parece un sueño distante, una utopía relegada por el temor a perder el voto popular en la siguiente elección. Esta ceguera temporal se traduce en políticas que disimulan la pobreza y la desigualdad con pinceladas, pero, que al final, no alcanzan a abordar sus raíces. Lamentablemente, se enfocan en acciones superficiales como lo son las transferencias monetarias directas, descuidando aspectos cruciales como la educación, la salud, la seguridad y la infraestructura. Es como intentar curar una herida profunda con un simple vendaje, ignorando la urgente necesidad de sanar de raíz. Estas soluciones crean una red de necesidad y sumisión. En este juego político, las y los ciudadanos se vuelven simples espectadores, en espera eterna de soluciones que no logran saciar el hambre de un auténtico progreso. Los políticos, astutos estrategas, han entendido bien esta dinámica. Entienden, sin lugar a duda, que al proporcionar soluciones a medias en el ahora, arrebatan despiadadamente a la población la esperanza de un mejor mañana. Fruto de esta astuta estrategia, se mantiene arraigada la dependencia de la ciudadanía al gobierno, alimentando así su posición política. Persistir en aceptar estas soluciones fortalece un ciclo vicioso que condena al país al estancamiento. No debemos dejarnos seducir por promesas fugaces que sólo disfrazan la verdadera necesidad de cambios profundos. Cada voto, cada decisión, debe considerar el legado que dejaremos a las futuras generaciones. Resulta necesario trascender la tentación de acciones efímeras y abrazar una perspectiva de largo plazo. Las y los líderes deben levantar la mirada hacia el horizonte lejano, más allá de su mandato inmediato, y diseñar planes que no solo beneficien a la sociedad actual, sino que sienten las bases para un futuro próspero. La política no puede ser una carrera por el poder; sino que debe ser un compromiso con la construcción de una nación resiliente. Es hora de redefinir el verdadero significado de liderazgo político: no solo obtener victorias en las urnas, sino también construir pilares significativos que impacten positivamente en el futuro de nuestra nación. El llamado es claro y contundente: el momento de cambiar las reglas del juego político es ahora. Debemos exigir líderes comprometidos y comprometidas con una visión integral, capaces de trascender los límites temporales de sus mandatos y trabajar incansablemente por un futuro mejor para todos y todas. Querido lector y lectora, los aliento a instar a las y los candidatos a dejar de lado el egoísmo y la miopía política. La transformación de México no será una tarea fácil. Es hora de elegir líderes que siembren los cimientos de un futuro prometedor