28 de diciembre de 2024 3:24 am
OPINIÓN

Rumbo a las elecciones 2024

La primera mujer presidenta de México no solo marcará un hito en la historia, sino que será un faro que ilumine el sendero hacia una sociedad más justa; será un constante recordatorio de que la diversidad de voces y perspectivas es esencial...

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Por María Fernanda Rubio Ruiz


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En el actual escenario político de México se vislumbra un cambio trascendental; un eco que, estoy segura, resonará en la historia de nuestro país. Por primera vez, dos mujeres contienden por la banda presidencial, desafiando décadas de paradigmas arraigados en una cultura machista. El 3 de julio de 1955, las mujeres mexicanas ejercieron su derecho al voto por primera vez en una elección federal; hoy, casi 70 años después nos encontramos frente al hecho de que México acogerá a su primera mujer presidenta.
Este avance, como pétalos que emergen del capullo de la esperanza, no llega exento de desafíos. Entre los acordes esperanzadores de una sinfonía de determinación, surge una pregunta ineludible: ¿Está México preparado para acobijar a la primera mujer presidenta?
Y no hago referencia a las capacidades, habilidades e inteligencia de estas dos mujeres, tema que no concierne a esta columna; sino a la madurez de una sociedad machista que por décadas ha tejido su historia con hilos marcados por estereotipos y por la desigualdad de género.
Esta elección será una prueba para nuestra sociedad, y reflejará que tanto hemos
caminado en este largo trayecto. Las mujeres, al atreverse a ocupar roles de liderazgo, enfrentan una batalla adicional marcada por micromachismos y juicios desmedidos. Es como si la sociedad sostuviera una lupa sobre cada paso que dan, evaluando con mayor severidad cada error y poniendo a prueba su resistencia ante los desafíos. La cultura machista, que durante mucho tiempo ha subestimado las capacidades de las mujeres, se manifiesta de manera insistente en el ámbito político.
A lo largo de esta contienda, me he encontrado frente a una serie de cuestionamientos que exploran la esencia misma de nuestra sociedad: ¿Estamos dispuestos y dispuestas a superar los prejuicios arraigados hacia las mujeres y aceptar su liderazgo sin imponerles estándares inalcanzables? ¿Acaso se le exigirá a la futura presidenta coreografiar cada acción con una impecable precisión no antes demandada? ¿Tendrá menor margen de error que sus homólogos hombres? ¿Estará sometida a una expectativa de perfección?
¿Será México capaz de dejar atrás estas prácticas discriminatorias y abrazar la idea de una mujer al mando? Estas preguntas no son solo reflexiones; son susurros de una narrativa que estamos tejiendo de manera conjunta. Las respuestas, quizás, se
encuentran en los matices de nuestra propia evolución.
Más allá de nuestra propia ideología política, el simple hecho de contar con dos mujeres en la contienda presidencial envía un poderoso mensaje a las más de 66 millones de mujeres mexicanas: Sí, somos capaces de ocupar los más altos cargos de liderazgo y superar todos los estigmas, críticas y pruebas que se nos presenten.
En este momento crucial, el país enfrenta la oportunidad de romper con las cadenas del pasado y enfrentar un futuro donde la igualdad de género no sea solo un espejismo, sino una realidad palpable. La primera mujer presidenta de México no solo marcará un hito en la historia, sino que será un faro que ilumine el sendero hacia una sociedad más justa; será un constante recordatorio de que la diversidad de voces y perspectivas es esencial para la construcción de una nación más fuerte y equitativa. No tengo duda de que la determinación de una mujer en la silla presidencial será el eco inspirador que impregne los cimientos de un México lleno de posibilidades.

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