21 de noviembre de 2024 8:57 pm
OPINIÓN

La meta de la mediocridad

Como sucede con muchos aspectos de la vida humana, no hay respuestas únicas. Existen múltiples combinaciones para alcanzar un equilibrio deseable entre la carrera profesional, la vida personal, el cuidado de la familia, la salud física y mental, lo espiritual, las amistades...

Carlos Llano, quien fuera rector de la Universidad Panamericana y director general del IPADE, solía decir algo que resonaba profundamente en sus alumnos: “Vale más ponerse la meta de la excelencia y no lograrla, que la de la mediocridad y conseguirla”. Estas palabras, pronunciadas con su característico acento, nos invitaban a reflexionar y, en muchos casos, a concebir proyectos de vida ambiciosos.

Con el paso del tiempo he comprendido que la satisfacción derivada de un logro no depende tanto del resultado obtenido, sino de las expectativas previas. Si nos fijamos metas demasiado altas y no logramos cumplirlas, podemos terminar frustrados o exhaustos. Por otro lado, un objetivo demasiado fácil, que requiera un esfuerzo mínimo, tampoco parece dejarnos contentos, ya que puede generar aburrimiento o una sensación de vacío.

Un estudio de 2007, liderado por Shingeiro Oishi, Ed Diener y Richard Lucas, ofrece algunas pistas sobre este dilema. Los investigadores pidieron a estudiantes universitarios que evaluaran su bienestar —en una escala que iba de infeliz a muy feliz— con el objetivo de explorar posibles correlaciones con su rendimiento académico y vida social. Los resultados mostraron que los estudiantes “muy felices” solían tener una vida social activa, pero peores notas académicas en comparación con aquellos que se consideraban simplemente “felices”.

Dos décadas después, al entrevistar nuevamente a los mismos individuos, se observó que los más felices en 1976 no eran quienes tenían los mejores ingresos en 1995. En cambio, los del segundo grupo, aquellos simplemente felices, habían alcanzado mejores posiciones económicas.

En un artículo titulado A Dark Side of Happiness, Gruber y Mauss sugirieron que altos niveles de emociones positivas podrían conducir a comportamientos riesgosos como el consumo de alcohol y drogas. Good feelings now, bad feelings later, advierte Arthur Brooks, alertando sobre estos peligros y reflexionando sobre estos estudios.

Recientemente, discutía estos temas con mis alumnos. ¿Es recomendable aspirar a metas elevadas? ¿Es posible lograr un equilibrio? ¿Vale la pena sacrificar aspectos personales por el afán de obtener dinero o éxito?

Como sucede con muchos aspectos de la vida humana, no hay respuestas únicas. Existen múltiples combinaciones para alcanzar un equilibrio deseable entre la carrera profesional, la vida personal, el cuidado de la familia, la salud física y mental, lo espiritual, las amistades, el conocimiento, y hasta los hobbies y el descanso. No hay recetas generales perfectas; cada persona debe realizar un diagnóstico personal basado en la realidad y efectuado con humildad, y establecer sus propias metas según sus aspiraciones, objetivos e ideales.

A pesar de la dificultad para encontrar una fórmula mágica, sí existe un principio útil: la capacidad de establecer metas realistas y compatibles con altas aspiraciones de vida, ajustándolas de manera dinámica y flexible con el tiempo. Frente al peligro de metas ilusorias, la solución es el autoconocimiento; ante la tendencia a fijar metas mediocres, el antídoto es la autoexigencia. Cuando no se alcanza un objetivo, la respuesta debería ser la tolerancia a la frustración, el sentido del humor y la vuelta a lo realmente importante. Aceptar nuestros momentos infelices y utilizarlos para crecer y aprender es parte del secreto hacia una vida equilibrada.

Al reflexionar sobre lo que aprendí de Carlos Llano, entendí que su mensaje fundamental invitaba a maximizar nuestras potencialidades, manteniendo un equilibrio dinámico con todos los aspectos que conforman nuestra existencia y con la flexibilidad de ajustarnos en pleno vuelo. Una vida plena, equilibrada y feliz es inalcanzable si se pacta con la mediocridad; más bien, requiere de una sana tensión que nos impulse a ser mejores, a buscar aspiraciones más elevadas, a manejar el dolor y a disfrutar el camino.

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