Por Luis Manuel Garibay Berrones
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El Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) se caracteriza por un patrón persistente de inatención y/o hiperactividad con impulsividad que complica el rendimiento de las personas, haciéndoles más difícil la adecuada adaptación social, escolar y laboral. Pensemos el reto que implica ejecutar una tarea si no puedo mantenerme concentrado para planificarla y me distraigo constantemente (inatención). Y cuando logro sentarme a resolverla, percibo como si estuviera sentado sobre un hormiguero que me obliga a moverme para sacudirme la sensación de hormigas encima (hiperactividad), que además me impide autorregular las emociones para esperar el tiempo que los procesos toman y tener autocontrol para considerar las consecuencias (impulsividad).
Este diagnóstico es relevante porque en el mejor de los casos las personas recibirán un tratamiento integral que abarque las múltiples dimensiones bio-psico-social-espiritual de la salud humana: llevarán una dieta balanceada, que junto con la práctica de ejercicio y los medicamentos, estimularán el sistema nervioso para mejorar la atención, reducir la hiperactividad y controlar la impulsividad (lo bio); acudirán a una terapia que fortalezca la funciones ejecutivas, les enseñe a tomar conciencia e influir positivamente en sus pensamientos, sentimientos y conductas (lo psico); la familia y la escuela con la orientación adecuada los harán sentir valorados y apoyados en la formación de hábitos de estudio y para organizarse (lo social); y aprenderán a calmarse meditando e interpretando sus dificultades como un desafío que es parte de la vida y les invita a perseverar en el esfuerzo (lo espiritual).
Sin embargo, cuando se trata de pacientes menores de edad, el principal problema que veo es que ni el diagnóstico ni el tratamiento se llevan a cabo de manera multidimensional e integral. Por ejemplo: Una madre se presenta conmigo en terapia familiar con sus dos hijos varones de diez y ocho años para tratar el TDAH del más pequeño. La maestra hace tiempo que se lo había sugerido por las constantes distracciones del niño, y la psicóloga del colegio lo corroboró. A la madre le parecía lógico porque además en casa es un martirio hacer las tareas con él: posterga, protesta y al final terminan peleando y abrumados hasta muy tarde. Pero en el consultorio este mismo chico presta atención a la conversación que tengo con su madre, participa, toma turnos y permanece sentado. Si se distrae es más bien por su hermano mayor que le hace plática en voz baja y bromas de manera recurrente. Cuando los mira, su madre aprovecha para mencionar que el mayor no obedece cuando le pide hacer las labores de casa. Los chicos se defienden diciendo que su madre les interrumpe su “poquito tiempo” de dos horas de videojuegos. También cuentan del desorden en casa y las muchas cosas en la mesa sobre la que trabajan. Se quejan de que su mamá les grita y les pega aunque parezca justificado. El más pequeño agrega que en la escuela tiene compañeros que lo molestan. La mamá llora con culpa porque no ha sabido atender ese conflicto escolar, reconoce que ha estado irritable por otros problemas y se desquita con sus hijos. Relata que no cuenta con el padre para la crianza y tiene conflictos graves en su relación de pareja por el control económico y maltrato psicológico por la celotipia que él ejerce contra ella.
En casos parecidos a este, podría haber un sobrediagnóstico cuando no se contempla ni se atiende la dinámica familiar-escolar, el contexto sociocultural, el desarrollo y la propia experiencia del niño, y solo nos centramos en las percepciones de padres y maestros que legítimamente están preocupados por los síntomas. También se puede dar el caso contrario, de un infradiagnóstico en niños que se etiquetan de mal portados sin considerar la presencia de TDAH. Por último, el tratamiento que no abarca todas las áreas de manera coordinada, prioriza la medicación y las terapias individuales del menor, insuficiente si como vimos, está expuesto a circunstancias de estrés prolongado. Cuando se trata de niñas, niños y adolescentes con síntomas, debemos observar especialmente cómo es su relación con el medio ambiente.