11 de diciembre de 2024 11:38 pm
OPINIÓN

Espiritualidad de la salud

...ese cuidado de la vida atraviesa necesariamente el cuidado del cuerpo como primera condición de presencialidad de la persona, sin embargo, no se limita a ello, pues el cuerpo es el lugar físico de manifestación pero no abarca la totalidad...

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A unas semanas de terminar este 2024 y tras cuatro años de una supuesta recuperación post pandemia, empezamos a comprender que la salud no depende únicamente de factores genéticos ni hereditarios y que su recuperación tampoco puede queda sujeta al poder adquisitivo de las personas, más bien, que ésta es el resultado de múltiples relaciones y dimensiones que nos afectan de manera integral causando un desequilibrio no sólo químico y biológico, sino también emocional, psicológico y relacional tanto con las otras personas como con el entorno que nos rodea.

Atendiendo a la definición de salud de la OMS como  “un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”, hoy se vuelve necesario recuperar la interconexión de nuestro cuerpo con nuestro espíritu e introducir una visión de la salud que incluya la dimensión espiritual como cuidado integral y como humanización de la atención.

Un primer aspecto para dicha integración de dimensiones es partir de la concepción fundamental de la persona como un ser corpóreo-espiritual en donde la primer experiencia de contacto humano se remonta a la experiencia de sufrimiento y de socorro. Cuando nacemos, necesitamos que nos cuiden, alimenten, limpien y den el soporte necesario para mantener nuestra vida, esa primera experiencia de necesidad de los demás nos interpela en cuanto a ser seres vulnerables y necesitados.

A partir de la necesidad de otros en la vida propia, experimentamos un llamado ético a mantener la vida de cada uno y sostener la vida de los otros; es decir, de la experiencia del pathos como padecimiento de auxilio pasamos al ethos como llamado a cuidar esa vida y a mantenerla en resguardo, ya no como una necesidad sino como una exigencia ontológica de la existencia humana. Esta constatación ontológica de condición de ser, se convierte en una interrelación ética que no se puede ignorar ni evadir ya que la vida propia depende de la vida de los demás y viceversa.

Ahora bien, ese cuidado de la vida atraviesa necesariamente el cuidado del cuerpo como primera condición de presencialidad de la persona, sin embargo, no se limita a ello,  pues el cuerpo es el lugar físico de manifestación pero no abarca la totalidad de la esencia de la persona, por ello, sin quedarse en el cuidado corporal, la atención se dirige al cuidado también espiritual en donde se involucra la integridad de la atención de la salud.

Este cuidado que se despliega en dos dimensiones: corpórea y espiritual, también tiene como premisa fundamental un doble eje: el autocuidado y el cuidado del otro.

El autocuidado es tanto o más importante incluso que el cuidado de los demás pues es el que genera las condiciones para que la persona pueda verse a si misma tanto física como espiritualmente y atenderse para recuperar su equilibrio y poder estar bien para atender a otros. Esta mirada interior de la persona hacia sí misma constituye una posibilidad más: la de establecer una alianza terapéutica en donde la persona no es vista ya sólo como un cuerpo sino como una unidad multidimensional que permite conectar con otras personas y ejercer formas de cuidado que trascienden lo meramente biológico y acercarse a la salud desde una óptica también espiritual.

Así, es posible hablar de una espiritualidad de la salud cuando, no sólo se atiende y cuida a la persona enferma en sus padecimientos y dolencias sino también en la recuperación de su balance espiritual, que no es sino la reconexión con el mismo, con el entorno que lo rodea y con los demás, es decir, la recuperación de su unidad bio-psico-social como afirma la definición de la OMS.

En los albores de un nuevo año, enfrentamos retos importantes para una salud integral de la salud donde la dimensión espiritual sea considerada como elemento fundamental, el reduccionismo, pragmatismo, utilitarismo, aislamiento social, la tecnologización y digitalización de a vida y de las relaciones sociales no dan cabida a la auto reflexión, autoconocimiento y, sobre todo, al autocuidado. Dejar espacio para entender nuestra salud también como el equilibrio en nuestras emociones y en nuestras relaciones es, no sólo necesario sino urgente, para generar una visión espiritual de la salud que fomente bienestar integral.

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