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Si los programas sociales resolvieran la pobreza, ya seríamos primer mundo…
Macraf
El último mes nos deja una amarga constatación: estamos muy lejos de plantear políticas públicas que impulsen un desarrollo económico genuino y sostenible. En esta nueva etapa de la transformación de cuarta, encabezada por la corcholata mayor, parece claro que mejorar la calidad de vida de los ciudadanos no está entre sus prioridades.
Con apenas 100 días al frente, la moradora de palacio ha concentrado sus esfuerzos en dos cosas: consolidar el «legado» del nuevo morador de Palenque y tratar de cumplir, aunque sea a medias, lo prometido en campaña. Todo esto con una clara premisa: lo que menos importa son los ciudadanos.
La calidad de vida no se mejora repartiendo dinero a través de programas sociales insostenibles. Tampoco defendiendo ideologías absurdas como el supuesto “humanismo mexicano”, que de humanista solo tiene el nombre. Mientras Claudia, Adán y Ricardo se pelean por controlar recursos y protagonismo, el ciudadano común queda fuera de la ecuación.
Desde la óptica nublada de la 4T, mejorar significa solo dar algo más de capacidad de consumo a las personas. Sin embargo, se les olvida que los costos de vida no dejan de aumentar y la economía crecerá, si tenemos suerte, apenas un 1.5% este año. Esta cifra está lejos de las promesas optimistas de quienes ven el crecimiento como una herramienta de propaganda.
Por si esto no fuera suficiente, la inminente llegada de Donald Trump de nuevo a la Casa Blanca complicará aún más el panorama. Las tensiones comerciales por el posible establecimiento de aranceles, podrían traducirse en una menor demanda de bienes mexicanos en el extranjero, afectando la producción, el empleo y, en consecuencia, el consumo interno. Si el peso continúa depreciándose frente al dólar, los bienes importados serán más caros, alimentando la inflación y encareciendo aún más el costo de vida.
Seguramente no faltará quien mañosamente argumente: “Dijiste que el tipo de cambio no depende del gobierno, sino del mercado, ¿por qué señalarlo como un problema oficial?”. Y sí, me sostengo en lo dicho, el tipo de cambio es un reflejo del mercado, nada tiene que ver con el gobierno, pero, lo que sí es responsabilidad del gobierno es garantizar que México sea competitivo, es decir, que sea un país atractivo para la inversión y la creación de negocios. En este frente, la 4T ha fracasado estrepitosamente, lo que se traduce en desconfianza y en un castigo a la moneda.
Para colmo, la ineptitud en sectores clave como la salud agrava la situación. Con el desabasto de medicinas, muchas familias han tenido que destinar parte de su ya limitado ingreso (incluido lo que reciben por programas sociales), a comprar productos que no se producen en México y, por tanto, están sujetos a los vaivenes del tipo de cambio. La falta de competitividad y los errores en salud afectan directamente la calidad de vida, dejando a los ciudadanos cada vez más lejos de cualquier mejoría real.
¿Cuál es la solución de la 4T? Más dinero, pero no se puede repartir lo que no se genera. Aumentar impuestos o recurrir a la deuda serían alternativas, pero ambas son políticamente costosas para Claudia, quien quiere evitar cargar con ese legado. Así que optan por reajustes presupuestales, parches que no resuelven el problema de fondo, pero que les permiten salvar las apariencias, al menos por un tiempo.
Dar dinero no es desarrollo económico. Es un espejismo que, al desvanecerse, deja a millones en la misma o peor situación. El verdadero desarrollo implica generar condiciones para que las personas puedan mejorar por sí mismas, a través de empleos dignos, inversión y un entorno competitivo. Pero mientras esta administración continúe priorizando el clientelismo electoral sobre políticas económicas serias, el desarrollo será tan solo una utopía.
Así, así los tiempos estelares del segundo piso de la transformación de cuarta.
