15 de enero de 2025 5:56 am
OPINIÓN

Un curioso propósito

Aprender es una capacidad innata del ser humano que puede desarrollarse exponencialmente. Tal Ben-Shahar compara el aprendizaje con una necesidad esencial: decir “no me gusta aprender” sería...

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El inicio de un nuevo año suele venir acompañado de propósitos que abarcan diversos aspectos de nuestra vida. Estas metas, en general, requieren un esfuerzo de voluntad que consideramos valioso porque prometen hacernos la vida más plena, más agradable o, al menos, más llevadera. En esta ocasión, propongo un propósito accesible para todos y que no tiene costo alguno: desarrollar nuestro gusto y capacidad para aprender.

A primera vista, podría parecer que aprender se limita a aprobar materias escolares o adquirir habilidades laborales. Sin embargo, el aprendizaje trasciende estas nociones. Comprender cómo funcionan los electrodomésticos en casa, por qué oscurece a determinadas horas o las razones detrás de los conflictos armados en el mundo también es aprendizaje. Este proceso nos ayuda tanto a entender mejor el día a día como a abordar preguntas complejas sobre el sentido de la existencia. Aplica a bebés, niños, jóvenes, adultos y ancianos.

Aprender es una capacidad innata del ser humano que puede desarrollarse exponencialmente. Tal Ben-Shahar compara el aprendizaje con una necesidad esencial: decir “no me gusta aprender” sería tan absurdo como afirmar “no me gusta comer”. En condiciones saludables, a todos nos gusta aprender; el desafío radica en identificar qué nos apasiona y cómo podemos hacerlo de la manera más efectiva. La clave está en vincular el gusto con el conocimiento.

Rainer Maria Rilke sostenía que el simple acto de formularnos preguntas ya es valioso y placentero. Nos invitaba a ser pacientes y a vivir las preguntas plenamente, a amarlas por lo que son. Preguntarse es comenzar a aprender. En el aprendizaje no sólo importa el resultado o la meta; disfrutar el proceso en sí mismo puede generar pequeños momentos de placer y satisfacción, como cuando entendemos algo que antes parecía incomprensible.

Por su parte, Confucio subrayaba la estrecha relación entre pensar y aprender. “El que aprende pero no piensa, está perdido. El que piensa pero no aprende, está en gran peligro”, advertía. En su sentido más profundo, aprender implica reflexionar, analizar y procesar, en una palabra: pensar. Además, Confucio resaltaba la importancia de la aplicación práctica como parte esencial del aprendizaje: “Me lo contaron y lo olvidé, lo vi y lo entendí, lo hice y lo aprendí”. Hoy sabemos, gracias a numerosos estudios, que la mejor forma de aprender ocurre cuando nos involucramos activamente, al punto de poder enseñar lo aprendido.

Las personas consideradas sabias o inteligentes suelen compartir una característica: la pasión por aprender. Albert Einstein decía que no tenía talentos especiales, pero sí una curiosidad apasionada. Quienes cultivan este entusiasmo por descubrir cosas nuevas y comprender el mundo no sólo adquieren más conocimiento, sino que disfrutan del proceso.

El gusto por aprender es aplicable a prácticamente cualquier aspecto de la vida. Un mecánico que encuentra una forma más eficiente de reparar algo; un padre o madre que comprende el ciclo de sueño de su bebé; un universitario que conecta el contenido de una materia con su experiencia práctica; un deportista que aplica un consejo técnico en su desempeño o alguien que descifra cómo Netflix selecciona series acorde a sus gustos: todos ellos pueden experimentar el aprendizaje como una fuente de satisfacción.

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