El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, romperá un precedente al convertirse en el primer mandatario en ejercicio en asistir al Super Bowl, la gran final de la liga de fútbol americano NFL. Su presencia en el evento, que se celebrará este domingo en Nueva Orleans, no es solo una muestra de su afición al deporte, sino un movimiento con claras implicaciones políticas.
Durante su primer mandato, Trump tuvo una relación tensa con la NFL, especialmente tras sus enfrentamientos con jugadores que protestaron contra la violencia racial, como el caso del quarterback Colin Kaepernick. Su constante crítica a la liga y a su comisionado, Roger Goodell, generó un distanciamiento entre el sector deportivo y su administración. Sin embargo, en el último año, el presidente ha recuperado cierto respaldo dentro del ámbito deportivo, evidenciado por su reciente recibimiento al equipo de hockey Florida Panthers en la Casa Blanca.
La política y el deporte se han entrelazado más que nunca en la actual contienda electoral. Mientras que la NFL ha intentado mantenerse neutral, su decisión de eliminar el mensaje «Fin al racismo» de los campos del Super Bowl ha sido interpretada como una concesión a la postura «antiwoke» promovida por Trump. Por otro lado, el vínculo de figuras deportivas y del espectáculo con los demócratas, como el apoyo de Taylor Swift a Kamala Harris, han añadido más tensión al escenario.
La expectación crece sobre cómo reaccionará el público del Caesars Superdome ante la presencia de Trump. En particular, la ciudad de Filadelfia, cuyo equipo los Eagles disputará la final, ha mostrado históricamente una postura adversa hacia el mandatario. Lo que es seguro es que, una vez más, el Super Bowl será mucho más que solo un partido de fútbol.