20 de junio de 2025 4:45 am
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OPINIÓN

Antiqua et Nova: de la Inteligencia humana a la inteligencia artificial

...los sentidos construyen la vía de entrada de la verdad integrando una capacidad no sólo racional e intelectiva sino también volitiva y afectiva. La inteligencia humana entonces es una unidad integral que es capaz de conocer...

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Ante los mitos que corren en torno a la inteligencia artificial (I.A. en adelante) como un tipo de sistema complejo con capacidades extraordinarias que puede no sólo emular sino sustituir personas, conviene comentar algunas reflexiones antropológicas que ayudan sostener la hipótesis que afirma que la I.A. es un producto de la Inteligencia humana y nunca un sustituto.

En enero del 2025 el Dicasterio para la Doctrina de la Fe y el Dicasterio para la cultura y la educación publicó la Nota Antiqua et Nova sobre la relación entre la inteligencia humana y la inteligencia artificial en donde retoma la primera como una facultad integral para conocer y comprehender el mundo y la segunda, como un producto de la primera.

En este sentido mencionado en el párrafo anterior, la inteligencia humana es dada al ser humano para aprehender, conocer y comprehender la realidad como creación divina y ayudar en la co construcción de la misma. Así, la capacidad co creadora del ser humano mediante el avance de la ciencia y de la técnica es reflejo de la sabiduría divina y de su infinita bondad.

El documento sigue la argumentación a través de Aristóteles para quien “todo hombre desea, por naturaleza, saber”[1]; ahora bien, el saber al que se refiere Aristóteles, es más bien uno que es, tiempo después, complementado por Santo Tomás de Aquino[2] como una comprehensión mediante la cual la verdad penetra en la razón humana a través de las esencias de las cosas entendidas como contenido universal y necesario.

Ahora bien, los sentidos construyen la vía de entrada de la verdad integrando una capacidad no sólo racional e intelectiva sino también volitiva y afectiva. La inteligencia humana entonces es una unidad integral que es capaz de conocer el mundo no sólo a partir del acto discursivo sino también a partir de los afectos; más aún, a partir de la dimensión espiritual presente en la unidad que el ser humano es en tanto cuerpo y espíritu. En este sentido, no conocemos a través de nuestras funciones encefálicas únicamente sino en y desde todo lo que somos en el plano físico, psicológico, espiritual y afectivo.

Además, la inteligencia humana también es relacional, lo que significa que es también en el encuentro con los otros como se alimenta y se enriquece; está hecha pues, de experiencias más que de datos.

Con todo ello, se puede ya trazar una comparación clara entre la inteligencia humana y la inteligencia artificial: mientras que la primera facilita el aprendizaje, la segunda lo emula, en tanto que la primera se alimenta y se entrena a patir de la realidad en cuanto experiencia humana integral, la segunda lo hace a partir de datos codificados y algoritmizados, la primera discierne, reflexiona se deja interpelar y afectar por la realidad, la segunda, ejecuta y resuelve tareas, la primera tiene libertad, conciencia y apertura  a la trascendencia, la segunda carece de ello.

De lo anterior se deriva que la inteligencia artificia, por entrenada que esté, es incapaz de comprehender la realidad de forma integral como lo hace la inteligencia humana. Esto no significa, en modo alguno, que haya que desecharla, prohibirla o temerle, más bien, resignifica sus usos y aplicaciones como capaces de ayudarle al ser humano a encontrar la Verdad y el Bien a los que está llamado fungiendo siempre como un medio y nunca como un fin en si mismo.

Parece apropiado, por cuanto se ha dicho, decir que una postura polarizada no ayuda al correcto entendimiento de la I.A. sino un análisis cauteloso y firme de sus bondades, de sus riesgos y de sus alcances.


[1] Aristóteles.(2004).Metafísica. Trad. García Lorente. Madrid, Gredos. Libro I, 980a1.

[2] De Aquino, Santo Tomas. (1992). Suma Teológica. México, Espasa Calpe. TomoI, q. 85, a. 5; I, q. 79, a. 8.

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