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Tuve la fortuna de asistir al convivio del Día del Padre en el colegio de mis hijos y me llenó de alegría ver a tantos papás, abuelos y tíos que acudieron entusiasmados. Durante mucho tiempo la figura paterna se asoció principalmente con la persona que trae el dinero a casa, corrige y brinda protección. Sin embargo, los tiempos han cambiado, y estos hombres comprenden la inmensa importancia de su presencia, su cariño y una conexión cercana con sus hijos. Observé a estos padres reír, abrazar, consolar y jugar con sus pequeños. Escuché anécdotas sobre cómo se esfuerzan con las tareas escolares y del hogar, cómo negocian o discuten con sus parejas sobre la mejor manera de hacer las cosas, priorizando el tiempo y el orden, y las contradicciones que surgen cuando nuestras palabras no coinciden con nuestras acciones. No me cabe duda: los hijos tienen la habilidad de hacernos sentir impotentes, incompetentes e insuficientes en la tarea de educar, porque parece que siempre encuentran la forma de darnos la vuelta, de salirse con la suya y de iniciar una nueva etapa justo cuando creemos haber alcanzado cierta estabilidad en la anterior. Quizás por eso, a veces, es más sencillo dedicar tiempo al trabajo, donde sé lo que tengo que hacer, que a la incertidumbre de la crianza, sin recurrir a la imposición o la violencia para que me hagan caso. Y precisamente por esto es que me siento enriquecido al observar la experiencia y el modelo que me brindan estos padres, porque me ayudan a entender que el camino de la formación de nuestros hijos e hijas requiere de una profunda integridad. Y recorrerlo tiene hermosos frutos…
Hoy sabemos que los padres emocionalmente disponibles y sensibles contribuyen de manera significativa al desarrollo de la autoestima, la seguridad emocional y el rendimiento académico de los hijos. Los niños y niñas que se sienten amados por su padre desarrollan más confianza en sí mismos, aprenden a expresar sus emociones y se sienten más seguros para socializar y aprender. Mirar su bondad, belleza y dignidad, interesarse por lo que les apasiona, decirles con frecuencia “te amo y estoy orgulloso de ti”, reconocer sus esfuerzos y logros, validar sus emociones, enseñarles a tolerar las frustraciones con palabras de aliento y aprender de sus derrotas, marca positivamente su identidad para siempre.
Ejercer la paternidad con amor y responsabilidad también implica brindar un buen trato y apoyo a la madre y/o a las personas que cuidan del menor junto a nosotros. Cuando los adultos cuidadores trabajan en equipo, se respetan y se apoyan mutuamente, construyen un ambiente de salud, seguridad y alegría en casa, transformándola en un lugar más tranquilo y menos estresante. La corresponsabilidad en la crianza reduce significativamente el riesgo de violencia familiar y de pareja.
Un tema relevante en redes que deseo incluir, es el de la “herida del padre”, que se produce por la ausencia de su amor. Cuando hubo rechazo, abandono, traición, maltrato y/o humillación por parte del padre, se pueden generar sentimientos de rencor, vacío, soledad, invisibilidad, vergüenza y dolor en los hijos. Transmite un mensaje de desconfirmación: “no te amo porque no eres digno para mí”. Y el hijo o la hija pueden llegar a la triste conclusión: “Si mi padre no está aquí para cuidarme, entonces debe haber algo malo en mí”. Esta herida puede empujar a toda clase de conductas disruptivas o antisociales para olvidarla.
Pero si la herida en nuestros hijos es no sentirse amados, el remedio es el amor. Ayudarles a reconocer el amor de las personas presentes en sus vidas. Y nuestra presencia afectiva como padres disminuye el riesgo de depresión infantil, abuso de sustancias, criminalidad y violencia en la vida adulta. Estar, escuchar, acompañar, poner límites, cuidar, no solo cuando se portan mal o cuando hay problemas; sino cuando tienen dudas, cuando quieren compartir su mundo con nosotros y buscan nuestra admiración, guía y comprensión. Esto implica el trabajo personal de aprender a regular nuestras propias emociones y desarrollar nuestra capacidad de amar. Y si nuestra herida fue no contar con un padre afectivamente presente, nos corresponde sanar, perdonar, cuestionar las creencias machistas y romper con ciclos de violencia heredada de los que él mismo pudo haber sido víctima.
Entonces, ¿qué tipo de padre quieres ser tú?