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Donald Trump ya anunció que, a partir del próximo primero de agosto, impondrá un arancel del 30% a todos los productos mexicanos importados a Estados Unidos. ¿Por qué? Porque, según él, el gobierno mexicano no ha hecho lo suficiente para combatir eficazmente a los cárteles de la droga.
Sabemos que Trump ha utilizado reiteradamente la amenaza de los aranceles como herramienta de presión política. En este caso, busca que el gobierno mexicano haga lo que él considera correcto en la lucha contra el narcotráfico. Incluso, desde principios de año, Trump calificó a los cárteles como grupos terroristas.
Y seamos claros: el gobierno mexicano no ha actuado con toda honestidad ni eficacia en esa lucha. Mientras la producción y el consumo de drogas estén prohibidos, es obligación del Estado combatir a los narcotraficantes. Pero en México, esa lucha deja mucho que desear. No solo por la ineficacia, sino porque, en muchos casos, hay gobernantes coludidos con el crimen organizado.
Siempre he dicho que el comportamiento del narcotráfico en México no puede explicarse sin el contubernio entre narcos y autoridades. No hay otra forma de entenderlo.
Dicho esto, cabe preguntarse:
¿Es correcto que Trump amenace con aranceles cada vez que el gobierno mexicano no actúa como él quiere?
Me parece que no. Es una medida completamente fuera de lugar.
Lo he dicho antes y lo repito:
Los aranceles son una verdadera salvajada. Deberían estar constitucionalmente prohibidos en todos los países.
Un arancel es un impuesto que el gobierno impone a las importaciones. ¿Y quiénes son los primeros afectados?
Los consumidores del país que aplica el arancel.
Hombre, compadre… ¡No me ayudes!
Los aranceles reducen el mercado internacional, que no es otra cosa que el intercambio entre personas de diferentes países. Y toda medida que limite ese intercambio —como los aranceles— es una medida contra el crecimiento económico, que se basa en la producción de bienes y servicios, la creación de empleos y la generación de ingresos. En pocas palabras: es una medida contra el bienestar de las personas.
Pongamos un ejemplo:
Usted produce un bien.
Opción 1: solo puede venderlo a las familias de su colonia.
Opción 2: puede ofrecerlo a todo el mundo.
Pregunta 1: ¿En cuál opción se benefician más consumidores? Obviamente, en la segunda.
Pregunta 2: ¿A usted, como productor, en cuál opción le conviene más vender? Evidentemente, también en la segunda.
Pues bien, las medidas proteccionistas —como los aranceles— limitan esa segunda opción. Contraen el comercio, reducen mercados, perjudican a consumidores y a empresarios. Eso es antieconómico.
Ahora bien, veremos si Trump realmente cumple su amenaza el próximo primero de agosto.
Si lo hace, podría desatarse una guerra comercial, sobre todo si el gobierno mexicano responde imponiendo aranceles a productos estadounidenses.
Y aclaremos: esa respuesta tampoco sería la correcta.
Pero ya veremos qué pasa.
Por lo pronto, hasta aquí este comentario.