25 de septiembre de 2025
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OPINIÓN

Nuevos imperios de conocimiento

De Alemania a Estados Unidos y hoy Asia, las universidades marcan imperios de conocimiento que reconfiguran la educación y la innovación global.

Las universidades alemanas fueron un referente mundial durante el siglo XIX. En el siglo XX, las universidades estadounidenses se fortalecieron de manera considerable, marcando nuevas tendencias. En las últimas décadas, las universidades asiáticas han crecido y madurado de forma notable, al punto que parecen llamadas a tomar el protagonismo en este siglo XXI. Al menos, ésa es la tesis que sostiene el profesor William C. Kirby; provocadora reflexión especialmente para quienes estamos involucrados en el mundo universitario.

A finales del siglo XVIII, las universidades alemanas ofrecían un panorama muy disparejo. Según Joachim Heinrich Campe, los mejores jóvenes regresaban más débiles de cuerpo y alma, desorientados ante sí mismos y ante el mundo, después de pasar por el sistema universitario. Sin embargo, gracias a liderazgos notables, como el de Wilhelm von Humboldt, surgieron nuevas propuestas que favorecieron la investigación y la docencia, la libertad de enseñanza y la centralidad de las facultades de Artes y Ciencias. Con ese modelo, la Universidad de Berlín se convirtió en un referente imitado por muchos en los años siguientes, marcando época en el siglo XIX.

El llamado American century presenció un extraordinario fortalecimiento de las universidades de Estados Unidos. Durante el siglo XX, el país creció en numerosos ámbitos y fue capaz de invertir de manera prioritaria en su sistema universitario. Al mismo tiempo, aprovechó coyunturas históricas —entre ellas, las guerras mundiales— para potenciar la investigación y el desarrollo. Las universidades estadounidenses se convirtieron en un modelo aspiracional capaz de atraer a los mejores estudiantes de todo el mundo.

El siglo actual ha sido testigo de un impresionante avance de las universidades asiáticas. Tsinghua University, Nanjing University, University of Hong Kong y National University of Singapore son sólo algunos ejemplos de instituciones que hoy ocupan importantes lugares en los rankings mundiales. Los gobiernos de estos países han invertido de manera significativa en la creación de redes de investigación, la contratación de profesores de primer nivel y la construcción de instalaciones de última generación.

De hecho, en la actualidad, muchas universidades chinas superan a las alemanas en los más importantes rankings internacionales. Si alguna vez grandes pensadores como Albert Einstein, Max Planck, Otto von Bismarck o Heinrich Heine surgieron del sistema alemán, el periodo nazi generó una masiva fuga de talentos y la destrucción del espíritu humanista universitario. En años recientes, el sistema de financiamiento alemán no ha alcanzado la solidez del estadounidense o del asiático, y sus universidades no han podido competir con MIT, Stanford o Harvard.

Aunque hoy la mayoría de las mejores universidades del mundo siguen siendo las estadounidenses, las asiáticas han pisado el acelerador de tal forma que, si las tendencias se mantienen, podrán superarlas en unas pocas décadas. Por si fuera poco, la administración Trump impulsó una política de recortes al sistema universitario, cerró puertas a estudiantes extranjeros y, en más de una ocasión, mostró animadversión hacia muchas de sus principales instituciones.

Los rankings universitarios deben leerse con cautela. Generalmente, el volumen de la universidad pesa mucho: mientras más investigadores, es natural que haya más publicaciones, y mientras más egresados, mayores son las posibilidades de ser conocidos por los empleadores. No obstante, estos indicadores no necesariamente miden la calidad de las publicaciones, de los programas o de los egresados. Aun con estas reservas, es innegable el avance del sistema universitario asiático.

También existe una notable correlación entre los recursos económicos de la mayoría de las universidades destacadas y su posicionamiento académico. Ante la falta de otros mecanismos de medición de calidad, los gobiernos asiáticos han sabido inyectar recursos a sus instituciones y han visto resultados tangibles en la carrera académica, que, sin duda, han buscado intencionalmente.

El sistema universitario europeo tendría que encontrar herramientas innovadoras para superar su actual anquilosamiento, así como retomar sus raíces humanistas y recuperar las fortalezas de su tradición. El sistema estadounidense, por su parte, debería hacer explícita la tan evidente como olvidada distinción entre fines políticos y académicos, al mismo tiempo que replantear mecanismos para impactar a las nuevas industrias y seguir atrayendo al mejor talento.

Mientras tanto, la hipótesis de Kirby parece cobrar cada vez mayor fuerza. Si las principales universidades asiáticas -especialmente las chinas- mantienen el interés por formar a una juventud mejor preparada y por generar más y mejor conocimiento, es difícil pensar que algo las detenga en su camino hacia los primeros lugares del mundo.

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