El papa León XIV recordó que la educación no mide su valor únicamente en función de la eficiencia, lo hace en función de la dignidad, la justicia y la capacidad de servir al bien común. El papa invitó a evitar el “eficientismo sin alma”, riesgo que enfrentan las universidades actuales, junto con otra amenaza, pienso yo, también peligrosa: la “inoperancia bondadosa”.
Hace una semana tuve la oportunidad de participar en un Congreso Internacional en Roma, titulado Propósito de la Universidad: gobierno, cultura, personas. Organizado por la Universidad de la Santa Cruz, contó con la participación de numerosas universidades provenientes de lugares tan diversos como Australia, Estados Unidos, Inglaterra, Austria, Holanda, Colombia, Chile, Argentina, Perú, Kenia y Filipinas, entre otros. El objetivo del congreso fue intentar responder a una pregunta fundamental: ¿cuál es el propósito de las universidades en un mundo tan lleno de retos?
El rector de la PUSC, el doctor Fernando Puig, utilizó una magnífica analogía en su intervención inaugural. Señaló que no bastan el dinero ni el poder para que una universidad cumpla cabalmente su misión. Se necesitan las cuatro fuerzas de un avión: empuje, elevación, peso y arrastre. No sólo las fuerzas impulsoras —como la elevación o el empuje—, también aquellas compensatorias, como el peso, tan necesario en el gobierno universitario, que requiere responsabilidad, humanidad y sentido social.
Otras intervenciones se detuvieron a analizar los problemas de fragmentación del conocimiento en el mundo actual, advirtiendo que las inteligencias que sólo saben separar pueden terminar rompiendo el mundo. No se trata únicamente de un llamado a la tan mencionada interdisciplinariedad; es también la conciencia de que las misiones individuales no bastan. No se trata sólo de cumplir con KPIs o de utilizar herramientas para mejorar procesos. Las universidades de hoy necesitan una visión holística de la educación, procurando no sólo hacer más cosas, más bien ser mejores ellas mismas.
Como recordó el profesor Ricardo Piñero, la universidad actual corre el riesgo de caer en la autorreferencialidad, de destinar grandes recursos a ideales cortos y de no saber transmitir criterios para la toma de decisiones de los alumnos. Las universidades tenemos una gran oportunidad de revalorar lo invisible y de pensar con miras altas; de desarrollar la sabiduría, además de trabajar con inteligencia artificial; de conectar los saberes, de ensanchar los horizontes, de ayudar a una cultura escéptica a encontrar sentido, de ser faro en tiempos de oscuridad. No sólo producir artículos, sino estudiar con profundidad e intentar descubrir la verdad.
En esta era de inteligencia artificial es preciso comprender y dialogar con la tecnología, servirse de ella, pero con miras más altas. Al mismo tiempo, debemos ayudar a los alumnos a encontrar el sentido de sus vidas, a profundizar en su interior, a propiciar encuentros verdaderos entre personas. Las universidades corremos el riesgo de formar estudiantes que acumulan hard y soft skills, pero que dejan de ver las historias detrás de los rostros y las vocaciones a la grandeza que se esconden detrás de los temores.
El congreso tuvo un cierre especialmente significativo. La intervención del papa León XIV quien, como si hubiera escuchado todo lo anterior, recordó que la educación no mide su valor únicamente en función de la eficiencia, lo hace en función de la dignidad, la justicia y la capacidad de servir al bien común. El papa Prevost invitó a evitar el “eficientismo sin alma”, riesgo que enfrentan las universidades actuales, junto con otra amenaza, pienso yo, también peligrosa: la “inoperancia bondadosa”.
Llama la atención cómo los problemas de la educación en Asia, África, Oceanía, Europa o América tienen raíces comunes, y cómo la centralidad de la persona, la excelencia y la construcción basada en la dignidad humana, se presentan como una solución universal.
Quienes nos dedicamos a la educación solemos ser personas con un alto grado de esperanza. Y es que educar, citando al papa León XIV, es un acto de esperanza. El mundo necesita esa forma de esperanza; de hecho, es también una de las expresiones más altas de la caridad.



