21 de noviembre de 2024 10:24 am
OPINIÓN

Biotecnologías emergentes ¿una panacea para todo mal?

...siempre será deseable que la ciencia avance y que el espíritu humano la empuje, pero es necesario que se analicen con rigor dichos avances y se sometan al juicio bioético para salvaguardar valores universales como la vida, la salud, la integridad física y la dignidad humana...

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Por María Elizabeth de los Rios Uriarte


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Volver a andar después de estar años postrado en cama debido a un accidente que paralizó la mitad o todo el cuerpo, contar con un dispositivo conectado al cerebro que previene y/o mitiga padecimientos indeseables como Parkinson, Alzheimer, convulsiones, pérdida de memoria o de algún sentido como el auditivo, pueden parecer novedades se observan como deseables: sin embargo, no todo en las biotecnologías emergentes es beneficioso.

Desde la técnica CRISPR que permite editar material genético portador de algunas enfermedades, hasta la creación de embriones sintéticos predeterminados, pasando por implantes cerebrales cuyo objetivo es potenciar la percepción sensible de los colores o de los movimientos terrestres así como los implantes que funcionan detectando las ondas cerebrales emitidas y se mueven con ellas facilitando el movimiento en personas cuyas funciones motoras han quedado disminuidas o paralizadas, el desarrollo de las biotecnologías es de tal importancia que cada segundo puede valer un paso más para alguien o un instante más de reconocer a los suyos, pero ¿todo lo que es fácticamente posible, es éticamente admisible?

El caso más famoso de una persona que ha incorporado la tecnología a su vida para poder suplir una función que debería haber tenido pero de la que carece es Neil Harbison, quien se autodenomina “cyborg”. Neil, de origen español, nació con una condición que se llama monocromatismo, esto significa que no aprecia los colores sino que ve en blanco y negro. Para mejorar su condición, Neil se hizo colocar una antena que percibe la temperatura y las ondas que reflejan los distintos colores y así, él puede distinguirlos. Esta antena, además, al estar conectada a una estación espacial de forma inalámbrica le permite percibir las ondas de otros colores que están en el espacio ampliando con ello su gama. Neil ahora intenta que esa antena le permita tener retrovisión, es decir, ver lo que ocurre detrás de él y que se pueda conectar vía bluetooth a cualquier red de internet.

Junto con Moon Ribas, crearon la fundación cyborg que fomenta y facilita que las personas puedan intervenir en su cuerpo mediante el implante de dispositivos tecnológicos bien sea para cubrir una necesidad, bien para satisfacer un deseo. Por ejemplo, Moon Ribas se implantó en las plantas de sus pies un sensor especial que detecta los terremotos que existen en todas partes del mundo y, aún más, que detecta los movimientos de la luna (llamados lunamotos) y compone música con estos ritmos.

En el caso del primero, la intención surge para paliar una condición que lo limitaba y en la segunda, sólo cubre un deseo que tiene otra motivación de fondo.

Así, de implantes que curan y ayudan a superar los límites corpóreos se pasa fácilmente a intervenciones que sin ser necesarias, aumentan potencias humanas “sólo por que sí”. ¿El límite? ¡Ninguno!

La delgada línea que separa el curar del mejorar está presente en los implantes tecnológicos que pueden ser extraordinariamente benéficos o en extremo, riesgosos. Para distinguir cuándo se cumple uno u otro fin está el principio terapéutico; éste afirma que sólo será éticamente justificable intervenir sobre el cuerpo humano cuando haya una razón que lo justifique porque alguna de sus partes está enferma y puede poner en riesgo al todo. Si, por el contrario, no hay una razón ni física ni patológica para intervenir no se cumple el principio y la intervención no es ética.

El caso más común es el de una apendicitis: cuando se presenta un cuadro de apendicitis, si ésta no se extrae, la infección pondrá en riesgo la vida de la persona por lo que se decide extirparla, también sucede con las amputaciones de miembros del cuerpo humano o la colocación de dispositivos como un marcapasos.

Por esto es imprescindible contar con una justificación razonable desde la medicina y sólida desde la ética para determinar si una intervención será o no ética.

No hay que olvidar que, en el caso de los dispositivos que cubren necesidades o que si cumplen el principio terapéutico aún queda la duda de si pasan el filtro riesgo-beneficio en donde el beneficio buscado deberá ser mayor que el riesgo al que someteremos a la persona. Ninguna intervención, por mínima que sea, es inocua. Todas compartan riesgos que pueden ir desde los propios de los medicamentos para anestesiar al paciente hasta hemorragias y riesgo de infecciones. Por esto, si no se está seguro de los riesgos y se cuenta con posibilidades de cubrirlos, lo mejor será no actuar hasta no tener mayor evidencia de que, en la balanza riesgo-beneficio, los primeros no superan los segundos.

Cuando las dificultades y la aparición de enfermedades cada vez más amenazantes aparecen en el horizonte pero también se va superando la capacidad para hacerles frente y erradicarlas, siempre será deseable que la ciencia avance y que el espíritu humano la empuje, pero es necesario que se analicen con rigor dichos avances y se sometan al juicio bioético para salvaguardar valores universales como la vida, la salud, la integridad física y la dignidad humana.

La tecnología siempre deberá ser un medio para buscar el bien de la persona y ésta siempre permanecer como fin; las biotecnologías tienen el potencial de superar límites y de beneficiar a muchas personas, pero ninguna intervención, por más prometedora que parezca puede ni debe justificarse cuando existen riesgos considerables.

 En la carrera por superar enfermedades, es necesario avanzar con pies de plomo y bajo principios éticos y bioéticos que pongan a la persona al centro de la ciencia. 

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