Luis Enrique Gómez Sutti
Ingeniero en Sistemas y especialista en animación, con más de 17 años de experiencia liderando proyectos de Tecnologías de Información.
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En mis días de maestría, me topé con un tesoro literario, «Martes con mi Viejo Profesor» de Mitch Albom. Este libro, con su resonante simplicidad y hondura, dejó una huella imborrable en mi existencia. Morrie Schwartz, un hombre de sabiduría infinita y humildad palpable, me mostró que la verdadera riqueza no reside en la acumulación de lo material, sino en el tejido delicado de las relaciones humanas, la compasión inagotable y la búsqueda incansable de un propósito que dé sentido a nuestras acciones.
Como directores de TI, nos encontramos inmersos en un universo donde la tecnología avanza con una rapidez asombrosa, a menudo vertiginosa, y la presión constante por mantenernos al día puede nublar nuestra visión de lo que realmente tiene valor. Morrie, desde su silla de profesor y filósofo, nos insta a detenernos, a observar con detenimiento en medio del caos, y a cuestionar nuestras prioridades más profundas. ¿Realmente estamos dedicando el tiempo necesario para escuchar a nuestros equipos? ¿Nos comprometemos de verdad con el bienestar integral de aquellos que trabajan bajo nuestra dirección? La tecnología, aunque poderosa, sin un cimiento sólido de valores humanos, se transforma en una herramienta vacía, carente de alma.
La vida, según Morrie, es efímera, y cada instante es una oportunidad que no se repite. En el entorno laboral, esto se traduce en la importancia crucial de tomar decisiones que no solo favorezcan a la empresa, sino que también consideren el impacto humano. Implementar un nuevo sistema, adoptar una tecnología emergente, no es un acto trivial; tiene implicaciones profundas en la vida de nuestros colaboradores. Como líderes, nuestra conciencia debe estar afinada, alerta a cómo nuestras decisiones repercuten en su bienestar y desarrollo personal.
Estar desempleado, además, es una experiencia que desafía nuestro espíritu, que pone a prueba nuestra resiliencia en su forma más pura. Morrie nos enseña que, incluso en los momentos de mayor oscuridad, hay lecciones invaluables esperando ser descubiertas. Este período de transición es una oportunidad, un momento para recalibrar nuestro rumbo, para redescubrir qué es lo que enciende nuestra pasión y cómo podemos utilizar nuestras habilidades para dejar una huella significativa en el mundo.
Si estás leyendo o escuchando esto, y sientes que estas palabras resuenan contigo, te invito a que reflexiones sobre las enseñanzas de Morrie. Prioriza lo que verdaderamente importa, busca el equilibrio vital entre la tecnología y la humanidad, y nunca pierdas de vista el valor inconmensurable de las relaciones interpersonales.
Muchas gracias por tu atención.