La experiencia de Colombia ofrece una lección crucial para México, y en particular para estados como Sinaloa: la violencia no puede ser enfrentada únicamente con medidas de seguridad o militares. Es fundamental una inversión profunda en el «alma colectiva» a través de la cultura para construir una paz duradera. Esta no es una panacea, sino una estrategia a largo plazo que busca transformar la forma en que una sociedad se percibe a sí misma y a sus valores.
Recientes conversatorios sobre cultura, violencia y derechos humanos en la Facultad de Ciencias Sociales de Sinaloa concluyeron que la paz en el estado no será sostenible sin la participación activa de la sociedad civil. La actual crisis de inseguridad en México, marcada por homicidios, desapariciones y la quema de negocios, evidencia la profunda raíz del narcotráfico en la vida cotidiana. Ante este panorama, las instituciones gubernamentales, por sí solas, no pueden revertir una cultura violenta arraigada durante siglos. Es necesario que la ciudadanía asuma un rol activo en la construcción de una «cultura de la paz» desde sus propios espacios.
En contextos de inseguridad, desesperanza y abandono institucional, cada acto de creación, diálogo o encuentro se convierte en una forma de resistencia. La cultura, más allá de las expresiones artísticas, como un modo de vida, tiene el poder de resignificar lo que parecía destruido. El ejemplo más inspirador en América Latina es Colombia, que, a pesar de su historia de conflicto armado, ha logrado transformaciones profundas a través del arte y la creatividad en barrios donde antes predominaba el miedo, desarmando la violencia con iniciativas culturales.
Medellín es un caso emblemático. De ser una de las ciudades más violentas del mundo en los años noventa, se ha transformado gracias a una decidida inversión en infraestructura cultural, como la Biblioteca España y la Comuna 13 convertida en galería urbana. Los jóvenes encontraron en el rap, el muralismo y la danza vías para expresarse sin recurrir a la violencia. En Bogotá, la literatura llegó a miles gratuitamente, y en Cali, colectivos enseñaron salsa a niños vulnerables, ofreciéndoles el ritmo de una orquesta en lugar del riesgo del reclutamiento. La cultura no erradica el narcotráfico directamente, pero puede minar su negocio, ya que cuando un joven encuentra una voz propia en el arte, es menos probable que ceda a la tentación del crimen. Promover clubes de lectura, invertir en bibliotecas comunitarias y ofrecer clases de arte en zonas vulnerables son acciones pequeñas, pero con un potencial inmenso para romper el ciclo del miedo y sembrar las raíces de una paz verdadera.