La Inversión Extranjera Directa (IED) a nivel mundial ha experimentado un descenso preocupante por segundo año consecutivo, con los flujos hacia las economías en desarrollo cayendo a su nivel más bajo desde 2005. Esta tendencia, que plantea serios desafíos para las naciones en vías de crecimiento, se atribuye a un panorama económico global incierto, caracterizado por elevadas tasas de interés, presiones inflacionarias y tensiones geopolíticas crecientes.
El informe de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) revela que la IED mundial se contrajo significativamente, impactando de manera desproporcionada a los países emergentes. Estos son precisamente los que más dependen de la inversión extranjera para impulsar su crecimiento económico, generar empleo y financiar proyectos de infraestructura esenciales. La disminución en estos flujos de capital limita su capacidad para diversificar sus economías y mejorar su competitividad en el mercado global.
Las perspectivas futuras no son alentadoras, sugiriendo que la recuperación de la IED podría ser lenta y desigual. Las economías en desarrollo enfrentan el reto de crear entornos más atractivos para los inversores en un contexto de mayor aversión al riesgo. Esto implica no solo ofrecer estabilidad macroeconómica y políticas claras, sino también abordar desafíos estructurales como la burocracia, la infraestructura deficiente y la incertidumbre regulatoria. La reducción de la IED podría exacerbar las brechas de desarrollo y complicar los esfuerzos para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Urge una mayor cooperación internacional y políticas internas que fomenten la confianza y el retorno de la inversión.