10 de septiembre de 2025
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OPINIÓN

Bioética global e inteligencia artificial: horizontes para el desarrollo humano integral

La inteligencia artificial no es destino, sino herramienta: su impacto ético dependerá de si optamos por la dignidad humana o por la eficiencia deshumanizante.

El momento histórico actual, descrito por el Papa Francisco como una policrisis, plantea un desafío urgente: pensar las múltiples dimensiones de la vida humana en un contexto marcado por guerras, cambio climático, migraciones, desigualdades y, de manera particular, por la irrupción de la inteligencia artificial (I.A. en adelante) Lejos de ser un mero fenómeno tecnológico, la I.A. interpela la noción misma de desarrollo humano integral, al situar en tensión la promesa de bienestar y progreso con el riesgo de una tecnocracia deshumanizante. Desde la bioética global, este debate exige abordar los determinantes sociales de la salud, la vulnerabilidad y la justicia como categorías fundamentales para discernir si la I.A. puede convertirse en verdadera aliada de la dignidad humana.

La bioética global, inspirada en los planteamientos pioneros de Potter, recuerda que el desarrollo humano integral no puede reducirse a indicadores económicos o avances técnicos. Se trata de un proceso multidimensional que abarca desde las necesidades materiales básicas hasta las capacidades espirituales, intelectuales y relacionales de la persona. En este horizonte, la Declaración Universal sobre Bioética y Derechos Humanos de la UNESCO (2005) subraya que el bienestar de la persona debe prevalecer sobre los intereses de la ciencia. La I.A. entonces, debe ser evaluada no solo en términos de eficiencia, sino también en relación con su capacidad de generar equidad, reducir vulnerabilidades y fomentar la justicia social.

El paradigma tecnológico actual corre el riesgo de consolidar un modelo tecnocrático en el que el ser humano sea reducido a datos y algoritmos. Frente a ello, la bioética global ofrece principios—dignidad, solidaridad, justicia, sustentabilidad y diversidad cultural— que permiten interrogar el uso de la IA desde una perspectiva humanista. En esta línea, resulta relevante integrar el enfoque de capacidades de Amartya Sen y Martha Nussbaum, quienes destacan que el desarrollo no se agota en el acceso a bienes materiales, sino en la posibilidad de desplegar capacidades vitales como la salud, la educación, la libertad de pensamiento, la participación política y el vínculo con la naturaleza. Estos criterios impiden la homogeneización algorítmica y recuerdan que el desarrollo integral requiere reconocer la singularidad de cada vida humana.

Un aspecto ineludible en este debate es la vulnerabilidad, entendida como la intersección entre riesgo, posibilidad de ser afectado y capacidad de respuesta. La I.A. al demandar grandes recursos materiales y energéticos, no solo plantea dilemas ambientales, sino también socioeconómicos. En este sentido, una bioética global que articule justicia social y justicia ambiental se vuelve imprescindible para reencauzar los fines de la innovación tecnológica hacia el bien común y la sostenibilidad.

La inteligencia artificial no debe asumirse como un destino inevitable ni como una amenaza en sí misma. Más bien, se trata de una herramienta cuyo impacto dependerá de los marcos éticos, políticos y sociales que guíen su desarrollo y aplicación. La bioética global, con su énfasis en la interconexión de realidades y en la justicia como categoría preventiva, ofrece un horizonte crítico y esperanzador para encauzar la I.A. hacia el servicio de la dignidad humana.

En este sentido, los centros de generación de conocimiento asi como las organizaciones de la sociedad civil están llamados a convertirse en  espacios de discernimiento interdisciplinario que, más allá de evaluar la eficiencia técnica de la I.A.  contribuya a diseñar políticas inclusivas, sostenibles y justas. Solo así será posible que la I.A. se constituya en aliada del desarrollo humano integral, no como una promesa tecnocrática, sino como un instrumento para soñar y gestar juntos —como recuerda Fratelli Tutti— un mundo abierto donde la tecnología sea mediación para la justicia, la solidaridad y la fraternidad.

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