Warren E. Buffett dio un nuevo paso en la transición de liderazgo y propiedad de Berkshire Hathaway al convertir 1,800 acciones clase A en 2.7 millones de acciones clase B, que donó de inmediato a cuatro fundaciones familiares. La mayor parte, un millón y medio de acciones, se destinó a la Fundación Susan Thompson Buffett, y 400,000 acciones a cada una de las fundaciones Sherwood, Howard G. Buffett y NoVo.
En un mensaje dirigido a los accionistas, Buffett anunció que dejará de escribir el tradicional informe anual de Berkshire y de participar extensamente en la asamblea de la compañía. En sus palabras, entra en una etapa de “ir en silencio”, aunque matiza que seguirá comunicándose con los inversionistas por medio de un mensaje anual de Acción de Gracias.
El inversionista también confirmó que Greg Abel asumirá la conducción de Berkshire a partir de fin de año. Lo describe como un “gran administrador”, trabajador incansable y comunicador honesto, y subraya que tanto sus hijos como el consejo de administración respaldan plenamente su liderazgo. A juicio de Buffett, Abel entiende mejor que muchos ejecutivos del sector los riesgos y oportunidades del negocio asegurador, uno de los pilares del conglomerado.
La carta explica que su extraordinaria longevidad obliga a ajustar el ritmo de las donaciones: sus tres hijos —ya en edad de retiro— serán los encargados de administrar prácticamente la totalidad de su patrimonio a través de sus fundaciones, con el mandato de hacerlo mejor que los mecanismos tradicionales de redistribución pública o filantrópica. Buffett aclara que quiere mantener una parte relevante de las acciones clase A en tanto los accionistas consolidan su confianza en la nueva dirección.
Desde la perspectiva corporativa, Buffett insiste en que la aceleración de sus donativos no implica un cambio en su evaluación sobre el futuro de Berkshire. Afirma que, en conjunto, las empresas del grupo tienen perspectivas “moderadamente mejores que el promedio”, apoyadas en varios negocios “no correlacionados y de gran tamaño”, y que el conglomerado enfrenta una probabilidad menor que otras compañías de sufrir un desastre financiero severo. Reconoce, no obstante, que el tamaño de Berkshire limita su capacidad de crecer más rápido que otras firmas en los próximos diez o veinte años y recuerda a los accionistas que el precio de la acción puede caer hasta 50% en episodios de volatilidad, como ya ha ocurrido.
En su mensaje final, Buffett combina reflexión personal y gobierno corporativo: advierte sobre los riesgos de la demencia en los altos mandos, cuestiona la escalada en las remuneraciones de los directores generales y sostiene que Berkshire seguirá siendo administrada en beneficio de los accionistas y como un activo para Estados Unidos, evitando depender del poder político. Con ello, cierra una etapa como voz visible del conglomerado, pero deja trazada una hoja de ruta de continuidad para la empresa y para su propia fortuna filantrópica.



