Por Amanda Vega Hidalgo
De acuerdo con el último informe fiscal del FMI de octubre de 2020 “Fiscal Monitor, Policies for the Recovery”, la deuda pública mundial alcanzará en el año 2022 el 100% del PIB mundial y el déficit fiscal mundial en 2020 habrá sido del -12,7% del PIB mundial (el dato en 2019 era de -3,9%). En concreto, Estados Unidos, Canadá, Japón y la Zona Euro van a la cabeza ostentando los niveles más altos.
¿Cuál es la sorpresa (o no) del lector del informe? Que muy lejos de advertir o alarmar sobre la insostenibilidad de dichos niveles a escala mundial, tal y como hizo durante la Gran Recesión como parte de la troika en las negociaciones de deuda de los países periféricos europeos o durante la “década perdida” de América Latina en los años ochenta y noventa, el Fiscal Monitor “enfatiza en la importancia de no desenchufar demasiado pronto el apoyo fiscal a pesar de los altos niveles de deuda que prevalecen a nivel mundial”. Es decir, nos encontramos ante un aparente cambio radical del discurso de dicho organismo internacional.
Rápidamente intento buscar respuestas: ¿es tan significativo el cambio de dirección ejecutiva en manos de Kristalina Georgieva desde 2019 (antes directora ejecutiva del Banco Mundial)? ¿Nos encontramos ante un nuevo viraje metodológico en el ámbito de aplicación de las políticas económicas a nivel mundial? ¿Es este nuevo discurso “simplemente” una respuesta coyuntural dada la actual situación en la que se encuentra la economía mundial? Precisamente en torno a esta última idea giran los argumentos ofrecidos por el propio FMI. Sin demasiado nivel de detalle, aluden a la excepcionalidad del año 2020 en términos de la dinámica de deuda, presentando unas previsiones estabilizadoras que se alcanzarían en 2025.
Desde mi punto de vista, ni la figura de Georgieva tiene nada que ver con esto, ni hay ningún acuerdo social entre los economistas del mundo para aplicar una nueva metodología ni la respuesta es coyuntural. La explicación a este aparente cambio discursivo del FMI es mucho más profunda y sistémica que todo lo anterior.
En primer lugar, el FMI como institución que a día de hoy defiende la continuidad de las políticas fiscales expansivas no está solo. En el seno de la Unión Europea, se sigue el mismo camino y al parecer ha quedado aparcada la regla de oro por la que ningún país de la UE puede superar un déficit fiscal del 3% ni un nivel de deuda pública del 60%. Por otro lado, echando un brevísimo vistazo a la historia reciente, es cierto que podríamos hablar de distintas “metodologías” o escuelas de pensamiento que han prevalecido sobre el resto a la hora de aplicar un tipo de política económica u otra. Por ejemplo, la escuela keynesiana fue la principal fuente intelectual que se encontraba tras del New Deal para afrontar la Gran Depresión; la escuela monetarista fue la inspiración de las políticas llevadas a cabo por Gran Bretaña y Estados Unidos frente a la crisis de los setenta mientras que el pensamiento neoliberal fue el protagonista durante la Gran Recesión en Europa durante la crisis de 2008, siendo para el caso de Estados Unidos el neokeynesiano[1].
Como no puede ser de otra manera, la economía, como ciencia que es, ofrece distintas teorías sobre los fenómenos que pretende explicar. Sin embargo, como ciencia social que es, se encuentra necesariamente inmersa en la dialéctica social y es esto lo que nunca se debe perder de vista.
Realizando un profundo análisis sobre la historia del pensamiento económico, es imposible completar la explicación de su evolución sin comprender previamente cuál era la realidad social del momento. Por lo tanto, me gustaría acabar con una reflexión: en términos mundiales y a la luz de lo que revelan los datos en cuanto a las economías que más están “incumpliendo” lo que ha sido la filosofía de los principales organismos internacionales hasta el momento, ¿qué intereses son los que el FMI pretende salvaguardar con este “nuevo” discurso? Y, ¿podría haber sido en algún modo distinto? Yo tengo claras las respuestas.
[1] Por supuesto esto no es blanco o negro y, de hecho, la mayoría son grises. Cada economía nacional encuentra sus especificidades, pero valga esta frase para poner de relieve cómo en cada momento histórico han prevalecido unas escuelas de pensamiento sobre otras.