29 de marzo de 2024 9:40 am
OPINIÓN

Con la libertad por bandera

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(Audio por: Deborah Cohen Falah Cheja)

Por Amanda Vega Hidalgo

Libertad. Un sustantivo abstracto, una idea, un concepto filosófico que usamos para referirnos a la capacidad del ser humano de poder elegir cómo obrar, lo que implica, por tanto, la responsabilidad de este sobre sus propias actuaciones.

Si bien la libertad ha sido un concepto abordado por sendos pensadores a lo largo de la historia de la humanidad, lo cierto es que, tras muchos años de represión por parte de las dos principales instituciones que gobernaban Occidente, la Iglesia y la Corona, su defensa se convirtió en uno de los pilares de la Revolución Francesa (“Libertad, Igualdad y Fraternidad”) y parte protagónica del ideario del momento, la Ilustración. A partir de este momento, la libertad pasó a formar parte de lo que se conocía como “derechos fundamentales del hombre”, lo cual aplicaba, básicamente, si eras hombre y rico. Es decir, era la burguesía, aquella que poco a poco se iba haciendo propietaria de los medios de producción, la que llevaba el “derecho a la libertad” por bandera.

En este contexto, en el marco de la historia del pensamiento económico, surge la escuela clásica para la cual la libertad va a ser un concepto subyacente como bien lo expresa el hecho de su defensa férrea del libre mercado como método óptimo de asignación de recursos con autores como Adam Smith o Jean Baptiste Say pero, sobre todo, John Stuart Mill y su obra “Sobre la Libertad” (1859).

Sin duda estos autores clásicos han tenido una influencia muy notable en el resto de escuelas de pensamiento económico y precisamente es ese alegato de libertad uno de los aspectos que más ha calado en el ideario ortodoxo y, por tanto, en la justificación de la mayoría de decisiones de política económica.

Así las cosas, el discurso capitalista ha intentado apropiarse del falso hecho de la garantía de la libertad como uno de sus principales puntos fuertes incurriendo, desde mi punto de vista, en una gran demagogia. De esta manera, ante cualquier intento de socialización de recursos básicos como la educación, la sanidad o la luz, el principal argumento que se arguye en contra es el “atentado a la libertad” y normalmente, se añade un adjetivo importante: “individual”.

En este punto, conviene dar un paso atrás y pensar de qué tipo de libertad nos están hablando. ¿Libertad cómo y para quién? Libertad de unos pocos de poder elegir a qué colegio de pago llevan a sus hijos, si al suizo, al alemán o al francés o en qué clínica le hacen mejor la cirugía estética. Libertad de unos pocos a enriquecerse gracias a los beneficios extraordinarios que supone especular según las reglas del mercado privado con un bien básico como la electricidad.

Pero esta no es una libertad abstracta, ni una cualidad que posea el ser humano por el simple hecho de serlo, sino una libertad material, que no asume ningún tipo de responsabilidad y que se compra con riqueza. Una riqueza que, como bien es sabido por todos, cada día está concentrada en menos manos. Es decir, una libertad a la que cada vez menos personas pueden acceder.

En el cuento del “American dream” nos prometen que con trabajo y esfuerzo todos, libremente, podemos llegar a ser Amancio Ortega. Pero la realidad es que no existe la igualdad de oportunidades y la vida no es la misma si has estudiado en el instituto público de tu barrio o en el suizo de las afueras ni cuando has nacido a un lado o a otro de la frontera. No puedes comprar la misma cantidad de “libertad”.

Y no estoy hablando de buenos y malos sino del propio funcionamiento del actual modo de producción donde el disfrute de la libertad está ligado a la salvaguarda de los intereses de unos pocos, aquellos que poseen los medios de producción y que, además, encuentran en esa defensa una suerte de legitimación de dicho sistema. Cuando esos intereses corren peligro, hasta el presidente de la principal potencia mundial ve coartada su garantizadísima “libertad” de expresión. ¿Libertad? Sí, pero solo para ellos. No nos dejemos engañar.


Recuerda seguirla en Twitter: @AmandaVegaHida1

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