29 de marzo de 2024 5:27 am
OPINIÓN

Los tambores cada vez redoblan más fuerte

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(Audio por: Verónica Michelle Becerril Zamora)

Por Amanda Vega Hidalgo

Hasta el día de ayer, esta no iba a ser la temática del artículo de esta semana. Sin embargo, como venimos dando seguimiento a la gestión de la crisis y la pandemia en el seno de la Unión Europea desde hace tiempo además de que, he de admitirlo, me siento de alguna forma responsable de informar sobre ello en tanto que ciudadana europea, he decidido que no tenía opción.

Por tanto, me gustaría poner sobre la mesa el debate que se abrió el pasado día 5 de febrero y que llevaba ya sospechosamente demasiados meses sin ser mencionado. Un debate que, ciertamente, no es nada nuevo y que a muchos nos provoca una especie de reminiscencia de lo vivido durante la crisis de 2008: la deuda. Así, economistas como Thomas Piketty, decidieron publicar en distintos medios de comunicación europeos una petición al Banco Central Europeo (BCE): la cancelación de una parte de la deuda en la que habrían incurrido los estados miembros bajo el contexto de la pandemia actual. ¿Qué parte? Aquella adquirida por el propio BCE que ascendería a un 25% del total de la misma aproximadamente.

Como ya he señalado, la discusión sobre la posibilidad de condonación de deuda, así como su impago, fue muy candente durante los años de la Gran Recesión. Teniendo el mismo grado de responsabilidad tanto la parte acreedora como la deudora y sin tener los estados soberanía sobre su política monetaria, todo el peso del “austericidio” recayó sobre los países deudores, la periferia europea, llegándose incluso a poner en entredicho los procesos democráticos de la institución.

Esta vez, para no molestar tanto, se ha presentado un argumentario distinto. En primer lugar, se propone que la cantidad que se cancele sea precisamente aquella que ha adquirido el BCE, es decir, aquella parte de la deuda que la zona euro se debe a sí misma. Lo que se propone concretamente es que esta sea tratada como una inversión por parte de los estados nacionales, en primer lugar, para llevar a cabo una reconstrucción “ecológica” y luego se añade: “además de para paliar los daños sociales, económicos y culturales” en los que se han incurrido a causa del covid-19. Choca un poco que, dada la situación actual, la primera razón que se dé para que el BCE cancele esa deuda sea una reconstrucción ecológica. No obstante, desde mi punto de vista, esto respondería más bien a un intento de justificar esa cancelación buscando la aprobación de la institución ya que en el año 2018 el Tribunal de Cuentas indicaba la necesidad mínima de entre 300.000 y 400.000 millones de euros de inversión adicional al año para financiar la transición ecológica en Europa. Como si la crisis en la que estamos inmersos no fuera ya por sí sola una razón de peso para plantear alternativas que no ahoguen aún más a la economía como ya una vez ocurrió.

Por supuesto, la respuesta del BCE ha sido clara y contundente: NO. En realidad, si se accediera a ello, se estaría vulnerando uno de los grandes principios de la institución y que tantos conflictos políticos ha acarreado y acarrea. El BCE, a diferencia de otros bancos centrales como el estadounidense o el japonés, no es prestamista de última instancia, lo que quiere decir que en ningún caso podría responder por ningún banco central nacional. Es decir, citando explícitamente el artículo 123 del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea: “Queda prohibida la autorización de descubiertos o la concesión de cualquier otro tipo de créditos por el BCE y por los bancos centrales nacionales, en favor de instituciones, órganos y organismos de la Unión, Gobiernos centrales (…)”.

Además de la incompatibilidad con el Tratado, el vicepresidente del BCE afirma sin profundizar que esta petición carece de sentido económico y financiero pero lo cierto es que hay diversas experiencias históricas en las que parte de la deuda de un país ha sido cancelada, como es el caso de Alemania tras la Primera Guerra Mundial o el de Alemania y Francia tras la Segunda Guerra Mundial. Finalmente, asegura Luis de Guindos: “un impago implicaría un daño a la reputación, credibilidad e independencia de los bancos centrales”. Pero la deuda que se pide cancelar es precisamente aquella que está en manos del BCE…

…Y entonces lo entendemos todo: la soberanía está en manos del capital. Y contra esto no hay pandemia o cambio climático que valga. Los tambores de la austeridad redoblan cada vez con más fuerza.


Recuerda seguirla en Twitter: @AmandaVegaHida1

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