Carla Roel de Hoffmann

El acontecer de la vida – y del mundo – sucede de manera vertiginosa. En un ambiente hiperinformado, y no siempre, veraz, es muy fácil distraerse con lo urgente y olvidar lo importante.
Cada vez que leo o escucho de un escándalo en la vida pública, nacional o internacional, me pregunto, ¿de qué está distrayendo mi atención? ¿Qué asunto realmente importante estoy dejando a un lado por esta información?
La semana pasada asistí a un Webinar organizado por Early Institute – benditas prácticas pandémicas – acerca de las implicaciones del borrador que se filtró de la Suprema Corte de Justicia de los Estados Unidos en relación con el derecho al aborto.
La verdad autoevidente de que la vida humana es requisito sine qua non para la existencia de los derechos humanos debería de ser tan clara como el agua, aunque, como lo vemos en todos los ámbitos, para muchos, no lo es.
Según el gran John Finnis, hay bienes humanos básicos, de los que se derivan todos los derechos fundamentales, a saber: VIDA, salud, conocimiento, belleza, socialidad, vida ética, vida familiar y religión. Evidentemente, sin la vida, no tiene sentido proteger la salud, el derecho a la higiene, a un medio ambiente sin contaminación, al derecho a la educación, al conocimiento técnico, al disfrute del arte, etc.
Pero la protección de la vida desde la concepción hasta la muerte natural es una realidad que no hemos logrado aceptar como una obligación inherente a la persona humana. Obviamente, quienes hablamos de este tema, lo hacemos porque estamos vivos y nadie puso en tela de juicio nuestro derecho a vivir, y si lo hizo, decidió permitirnos seguir haciéndolo.
Querido lector, lo confieso: soy provida. Pero ese concepto, para mí, va mucho más allá de la discusión entorno a la vida del concebido no nacido. Defiendo el derecho que tienen los niños a las medidas preventivas – vacunas – para cuidar su salud; al acceso a tratamientos que les ayuden a vencer una enfermedad; a estar en un ambiente sano y que les proporcione los cuidados necesarios mientras sus progenitores trabajan; a vivir sin violencia alguna; a ser protegidas del violador que se encuentre en el entorno familiar o de amistades cercanos, que queda impune porque puede llevar a la mayor de 12 y menor de 18 años a abortar, revictimizándola, dejando impune al delincuente que la embarazó; a que las mujeres que viven en situaciones en las que corre riesgo su integridad, puedan encontrar refugio seguro para evitar al agresor; al pago del derecho de alimentos a quien los necesite en tiempo y forma; a que todos, independientemente de la edad que tengamos, podamos acceder a agua potable y a aire limpio; a que podamos salir a la calle con la certeza de que regresaremos a casa con nuestros seres queridos; a saber, que mientras se esté en un centro escolar, del nivel que sea, se está seguro y sin correr riesgo de que alguien, con un arma de destrucción masiva, acabe con la vida propia y de los compañeros; a que las autoridades sanitarias sean capaces de diseñar y aplicar políticas públicas que cuiden de la salud de todos; a que un país tirano no invada a su vecino por las razones que sean – la guerra justa no existe –; a que se apliquen las leyes – que ya existen – para cuidar de la vida y la integridad de todos.
Las palabras valen y valen mucho, a pesar de que nuestra palabra haya perdido valor. Te invito, querido lector, a pensar tus palabras, a dejar atrás el discurso de odio; a construir en lugar de destruir; a criticar, sí, pero con una propuesta que siga a tu crítica. Seamos agentes de cambio positivo. Como dijo Esopo, “ningún acto de bondad, no importa lo pequeño que sea, se desperdicia.”
Un comentario
Respetarnos los unos con otros…. Con Las leyes que existen, viviendo sin lastirmar o «aplicar» nuestra verdad. Educar, formar en dialogo, escucha….. con nuestros actos y ejemplo . » El ejemplo arrastra… «