
Jaime Tbeili Benpalti
Llevo ya mucho tiempo queriendo escribir acerca de este tema. La historia del partido republicano de los Estados Unidos está llena de hechos interesantes, pero que no siempre parecen relevantes para la actualidad. Esta semana, finalmente, estamos viviendo un momento que puedo usar como excusa para mostrar porque esta historia sí tiene relevancia moderna.
Para quien no lo haya escuchado todavía, el Congreso de Estados Unidos está paralizado. Después de cada elección legislativa los congresistas votan para elegir al líder de la Cámara de Representantes (al que se denomina Speaker of the House). El Congreso no pueden hacer nada hasta no elegir un líder. Se requieren 218 votos para ser nombrado Speaker of the House.
Esta elección normalmente no es muy complicada. Hay 435 congresistas, por lo que uno de los partidos siempre tiene la mayoría, ya sea los republicanos o los demócratas. Normalmente, el líder del partido de mayoría recibe los votos de todo su partido y se convierte en líder del Congreso. Este año, la mayoría la tienen los republicanos. El problema es que no se han podido poner de acuerdo acerca de quien es el líder de su partido.
El candidato principal es Kevin McCarthy, quien al momento de escribir esto, está perdiendo el voto por doceava vez. Por diferentes razones, algunos miembros del partido republicano no están dispuestos a darle su voto, por lo que McCarthy no ha alcanzado los muy deseados 218. Hasta que eso suceda, el congreso está congelado.
Steve Scalise, Jim Jordan y Byron Donalds son otros republicanos que posiblemente podrían presentarse como candidatos en lugar de McCarthy, pero ninguno de los tres parece estar a la altura del reto. Por su parte, los demócratas nombraron de manera unánime a Hakeem Jeffries como su líder, pero no son suficientes para nombrarlo líder del Congreso.
Esta crisis legislativa es fruto de una confusión inmensa que el partido republicano lleva viviendo desde 1960. Hoy la mayoría de nosotros asocia los derechos civiles y políticos de las minorías en Estados Unidos con el partido demócrata, pero antes de 1960 quienes llevaban la batuta en estos temas eran los republicanos. Después de todo, Lincoln era republicano.
Todo cambio cuando en 1960 Martin Luther King fue arrestado. El candidato demócrata, Kennedy se puso en contacto con su esposa, lo defendió públicamente y, finalmente, logró liberarlo. Mientras tanto, el republicano Nixon apenas y se pronunció al respecto. Desde entonces, los afroamericanos y el resto de las minorías en Estados Unidos vieron a Kennedy y a los demócratas como aliados. Los republicanos no estaban a la altura. Esto se agravo cuando fue un presidente demócrata (Johnson) quien le daría el derecho a voto a las personas afroamericanas.
Nixon dejó una clara marca en el partido republicano. Solo veinte años después un republicano volvería a darle al partido su prestigio anterior. A pesar de muchas críticas (muy válidas) a su administración, Ronald Reagan selló la victoria de Estados Unidos en la Guerra Fría, fue un héroe de la clase media estadounidense y revitalizó a su partido, renovando la idea de un país unido y la identidad republicana. Desafortunadamente para el partido, fue el último que logró algo así.
Eso ha abierto la puerta a personas con ideas extremas para tomar el liderazgo del partido, mientras que los más moderados se han visto relegados. Aparece entonces Donald Trump, quien empuja al partido a su momento más oscuro: el ataque contra el capitolio el 6 de enero de 2019.
Inicialmente, McCarthy criticó profundamente a Donald Trump por su papel en el ataque. Tres semanas después, dejó de criticarlo y de hecho se convirtió en uno de sus más ávidos defensores. Trump lo apoyó en su campaña y ahora lo apoya en su elección para Speaker of the House. Con un partido tan dividido en cuestiones ideológicas, que no encuentra su identidad desde hace tanto tiempo, permitirle a Trump cada vez más espacio está creando un sisma que no va a ser fácil de sanar. La línea entre extremistas y moderados se vuelve cada vez más profunda.
Es importante que los lideres republicanos determinen si quieren seguir siendo el partido de Lincoln o convertirse en el partido de Trump. De una forma u otra, si esta semana demostró algo, es que el paraguas del partido republicano no es lo suficientemente amplio para acomodar ideas tan diferentes.
Lástima, porque un partido que defienda el libre mercado, pero también la libertad de las minorías suena como justo lo que Estados Unidos y el mundo necesita en este momento. Pero supongo que los gringos prefieren al loco de Trump frente a alguien medianamente racional como Mitt Romney, por ejemplo. En fin, esperemos a ver que pasa.