Niels Rosas Valdez
En el cine, además de poder blando, hay política, y en los Óscar no es la excepción. El domingo pasado presenciamos nuevamente cómo la producción fílmica fue galardonada en múltiples áreas, que rondan desde la banda sonora y las técnicas de cinematografía hasta la actuación de las personas.
Hubo muchos ganadores en la velada, caracterizada por la presencia in situ de cientos de artistas y millones de espectadores fuera del recinto. No obstante, si bien los vencedores de las categorías de mayor expectativa para el público y la Academia fueron los últimos en ser revelados, como es de costumbre, el ganador del mejor documental, una distinción no muy popular en los seguidores del cine, causó impacto a nivel internacional por las implicaciones que alberga.
Navalny es el título del documental que obtuvo el Óscar en la edición 2023. Se trata de una producción centrada en Alexei Navalny, líder de oposición ruso que ha enfrentado múltiples inclemencias del régimen de Vladimir Putin. En esta se muestra al abogado, político y activista en varios momentos fungiendo como contrapeso al gobierno federal emanado desde Moscú, una tarea ciertamente nada fácil en la actual Rusia.
En otras partes del documental, aparecen escenas del envenenamiento que recibió Navalny en 2020 presuntamente por órdenes del Kremlin, así como de su aprisionamiento en 2021. En la actualidad, el opositor ruso está pagando una condena que muchas personas e instituciones dentro y fuera de Rusia estiman aberrante y sin sustento, considerando al encarcelado tanto preso político como preso de conciencia, es decir, alguien al que se le impide, por prisión u otras razones, la posibilidad de externar su opinión, a pesar de que esta se haya efectuado previamente sin medios violentos.
Navalny es una de muchas figuras en Rusia que ha trabajado gran parte de su vida por la apertura de las libertades en su país, desde derechos humanos y el matrimonio igualitario, hasta los derechos políticos y la transparencia en el gobierno. Por ello, es un personaje incómodo para el Kremlin y su líder, Putin, quien ni siquiera lo nombra cuando se refiere a él. En cambio, ha sido hostigado en múltiples ocasiones y atacado por el aparato gubernamental, incluso ahora que se encuentra en prisión.
Sin duda, el interés de los Óscar es premiar el trabajo excepcional en el arte del cine, mismo que se puede apreciar en un sinfín de obras realizadas al paso de los años en muchos países. No obstante, el hecho de premiar el documental mencionado también significa reconocer su historia por lo valiosa que pueda ser y lo relevante que se concibe para la sociedad, sobre todo por la enseñanza que muestra.
Al evidenciar la injusticia, la obra apela a la solidaridad de las personas, pero también a su interés de buscar constantemente condiciones mejores para la sociedad. Por ello, resaltar el trabajo en este documental puede ser considerado como un acto político, especialmente por los valores que busca promover y que al final de cuentas cimentan la sociedad de Occidente.
No hay duda de que hay que evidenciar las injusticias y denunciar el equivocado y violento manejo de los gobiernos al intentar silenciar a sus disidentes. No puede haber peor error que ese en un mundo en el que se debería proteger y asegurar el pleno ejercicio de libertades políticas y sociales. Sin embargo, es trascendental invitar a que la atención hacia este caso ruso no nos haga olvidarnos, o pasar por alto, que todos los países tienen su propio Navalny, en mayor o menor número, y que debe ser visibilizado y atendido con la urgencia que amerite.
Artículo originalmente publicado en www.lalupa.mx