Jaime Tbeili Benpalti
En el primer capítulo de su maravilloso libro “Por Qué Leer los Clásicos” Italo Calvino da catorce formas diferentes de definir que es un clásico. La definición número once dice lo siguiente:
“Tu clásico es aquel que no puede serte indiferente y que te sirve para definirte a ti mismo en relación y quizás en contraste con él.”
Todos deberíamos de tener una serie de libros que nos sean clásicos. Que hayan definido nuestra forma de ver la realidad y el universo a un nivel que no podamos desprender de nosotros mismos. Este 2023 me di a la tarea de terminar un libro cada semana y he tenido oportunidad de descubrir libros que se han convertido en mis nuevos clásicos y recordar algunos viejos.
Al mismo tiempo, he tenido muy presente una frase de una amiga que me ha torturado desde que la escuché y dice, más o menos, “En nuestra vida vamos a leer un número limitado de libros. Cada vez que escoges uno, estas decidiendo no leer algún otro. Lo dejas atrás.” Desde entonces, escoger libros cada semana se ha vuelto una locura.
¿Qué hace que sea más valioso leer algún diálogo de Platón que los cuentos de Jorge Bucay? Ambos pueden ser clásicos a su manera y reflejan una perspectiva del mundo totalmente diferente. ¿Alguna es más valida?
¿Hay algún valor en leer un libro escrito por un Premio Nobel de Literatura? ¿Incluso si ese libro no fue el que le consiguió el premio? “La Llamada de la Tribu” de Mario Vargas Llosa está muy lejos de ser una joya literaria como sus trabajos anteriores. Tal vez entonces valdría más la pena leer “El Asesinato de Sócrates” de Marcos Chicot, que no ganó el Nobel, pero fue finalista al premio Planeta. Tampoco nos podemos limitar a leer solo galardonados. ¿O sí?
¿Y que hay de Rick Riordan? Desde mi infancia ha sido el autor que más me ha marcado. Aún hoy, a pesar de que sus libros están pensados para audiencias más jóvenes, no me pierdo uno solo. Citarlo en mi tesis fue un sentimiento indescriptible. Aunque hay personas que hubieran preferido que citara a Harper Lee para marcar el mismo punto. Otro autor extraordinario pero que descubrí mucho más adelante en mi vida y tuvo un impacto totalmente diferente.
¿Dónde entran en todo esto Borges y Grossman? Adoro a Borges y no he encontrado en él una sola palabra que se pueda definir como desperdicio. De Grossman leí en su hebreo original “El Abrazo” y sencillamente me pareció perfecto, pero mi dominio del idioma no me da para leer mucho más en su idioma original. ¿Lo debería de leer en traducciones? ¿O si ya voy a leer en español mejor me quedo con Borges y demás latinos?
Ni siquiera he empezado a hablar de los clásicos más universales. Una vez, hace mucho tiempo, escribí un artículo en otra plataforma acerca de las diferencias de carácter entre “El Príncipe” de Maquiavelo y “El Principito” de Antoine de Saint-Exupéry. Ambos son clásicos universales y personales, pero ninguno es fácil de escoger por encima del otro. Tal vez ese caso en particular no es tan claro. “El Principito” siempre me ha parecido superior a todo lo demás, pero se pueden desprender cientos de casos similares.
¿Kant o Nietzsche? ¿JK Rowling o Suzanne Collins? ¿Calvino o Zaid? ¿Orwell o Shakespeare? ¿Keynes o Hayek? ¿Sen o Rawls? ¿Herbert o Tolkien?
Este artículo se llama “Por Qué Leer Mis Clásicos”. La respuesta es muy obvia. No lo hagas. Busca, descubre y lee los tuyos, no los míos. Ojalá algún día yo publique un libro y se vuelva tu clásico, mientras tanto, en este momento, podrías estar leyendo la columna de Michelle Bermúdez, de Eduardo López, de Carla Roel o de tantos más aquí en El Comentario del Día. O podrías tener un libro en las manos. En fin, ¿QUÉ HACES TODAVÍA LEYENDO ESTE ARTÍCULO?