10 de octubre de 2025
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OPINIÓN

Lágrimas de guerra

En algún momento de nuestra fugaz historia, la humanidad parece haber olvidado el amor al prójimo. Hemos dejado atrás la empatía y hemos sucumbido a la indiferencia. Nos encontramos atrapados en un ciclo incesante. En medio de esta noche interminable, la pregunta persiste: ¿cómo romper las cadenas de la guerra...
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Por María Fernanda Rubio Ruiz


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En medio de esta lluvia de pensamientos errantes, sin principio ni fin, en un mundo donde el dolor y la incomprensión parecen reinar, surgen días de profunda reflexión y dolor. Días en los que, a pesar de nuestros esfuerzos, no logramos comprender el actuar humano, donde a veces se vuelve imposible  reconocernos unos a otros.

En las sombras de la historia, la guerra se manifiesta como un oscuro espectáculo, y las lágrimas que derramamos, como ríos de melancolía, asemejan la sangre inocente que tiñe las calles y los hogares. La guerra no se limita a destruir edificaciones, sino que su apetito insaciable destruye familias y esperanzas, quebranta la paz, el silencio y la armonía que una vez conocimos y acaba con la alegría y la fraternidad de toda una sociedad. En el silencio majestuoso que, a menudo, se disfraza de calma, resuena el amenazante y aterrador eco de los misiles. Niños, niñas, mujeres y hombres inocentes son atrapados en las garras feroces de una guerra despiadada y feroz. ¿Qué impulsa a la humanidad a cometer actos tan crueles y despiadados? ¿Por qué se apagan los corazones en busca de una verdad efímera?

Una vez más, las mujeres, las niñas y los niños se convierten en el centro de esta tragedia; heridos y maltratados por una guerra sin piedad. ¿Cómo podemos poner en palabras el dolor y el sufrimiento vivido? Las palabras, incluso convertidas en rimas poéticas, no pueden adornar ni embellecer la cruda realidad de la muerte, la sangre y las heridas. ¿Cómo se recupera un pueblo después de una guerra? Y, lo que es aún más desgarrador, ¿cómo se recupera un padre, una madre o un hermano de una situación tan dolorosa? ¿Cómo podemos darle paz a una familia que lo ha perdido todo? ¿Cómo podemos consolar a las madres y padres que ven partir a sus hijos e hijas para defender a su nación, sabiendo que cada respiro podría ser el último? ¿Cómo podemos conciliar el sueño cuando nuestra conciencia está atormentada por los horrores de la guerra?

¿Existe algo más atroz que esto? ¿Hay acaso algún sufrimiento que supere esta pesadilla? ¿Dónde se encuentra el corazón de la humanidad en medio de esta brutalidad? Un sinfín de preguntas invaden nuestras mentes mientras enfrentamos la impotencia de no poder detener este torbellino de destrucción. La ira y la desesperación se adueñan de nuestros corazones, y un vacío oscuro se instala en nuestras almas. La tormenta de pensamientos nos acapara y nos impide encontrar consuelo. Estamos tan lejos de su sufrimiento, separados por miles de kilómetros, incapaces de abrazar por completo la realidad que los aflige. Pero aún así, ese dolor, indescriptible y profundo, se extiende a través de los océanos y continentes, conectando a todas y todos en una red de empatía fracturada, ciertamente incomprendida.

En algún momento de nuestra fugaz historia, la humanidad parece haber olvidado el amor al prójimo. Hemos dejado atrás la empatía y hemos sucumbido a la indiferencia. Nos encontramos atrapados en un ciclo incesante. En medio de esta noche interminable, la pregunta persiste: ¿cómo romper las cadenas de la guerra y permitir que la humanidad finalmente despierte en un nuevo amanecer de paz? Quizás en la poesía de la reflexión y en la unidad de la compasión encontremos algún tipo de respuesta. Por ahora, solo queda pedir por las almas inocentes y anhelar que la luz de la paz ilumine el horizonte, mostrando a la humanidad el camino hacia una era en la que florezca la fraternidad.

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