6 de julio de 2025 1:31 pm
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OPINIÓN

No mueras

...desear tanto el ser inmortales al grado de caer en alteraciones irremediables y hasta riesgosas a nuestro cuerpo, y a vivir sólo para no morir no es ni una obligación ni un deber sino un capricho que roza la locura...

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Por María Elizabeth de los Rios Uriarte


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El deseo de inmortalidad ha sido un motor constante a lo largo de la historia de la humanidad. Desde el cuidado físico del cuerpo y el consumo de alimentos saludables, hasta las intervenciones genéticas para lograr la superlongevidad, el ser humano ha desafiado el paso del tiempo sobre sí mismo para evitar lo inevitable: morir.

El proyecto Blueprint de Bryan Johnson pretende conocer la fórmula para retrasar el envejecimiento a base de una serie de rutinas de ejercicios físicos, suplementos alimenticios y un riguroso control metabólico mediante el consumo de hasta 37 píldoras al día y ha atraído a múltiples seguidores bajo el lema de sus productos: “no mueras”.

¿De dónde viene este anhelo de permanecer imperturbables al paso de los años y la corrupción natural de nuestro cuerpo que esto conlleva? Más aún, ¿para qué queremos ser inmortales?

Dos hipótesis se asoman plausibles: la primera es afirmar que el cuerpo y sus placeres son tan irresistibles que bien vale la pena someterse a una dieta hipocalórica y con multivitamínicos para mantener ese apego que nos permite disfrutar de la vida por tiempos indefinidos. La segunda, en cambio, no se sustenta sobre algo positivo como el disfrute de ciertos placeres sino más bien se cierne como una terrible verdad a la que le tememos tanto miedo como al peor de nuestros enemigos: la muerte.

El miedo a morir penetra nuestra cultura en diversas formas: como huida mediante corrientes, movimientos y servicios que nos prometen vivir más años y evitar con ello ese sufrimiento inevitable de pensar la propia muerte hasta agencias que venden servicios de crioconservación pre o postmortem con el fin de revivirnos cuando haya sobrevenido el fin de nuestra vida.

Ante la primera especulación, el apego, es preciso entender que la base de éste se ubica en la idea epicúrea de que la vivencia de la felicidad sólo es posible a través de la experimentación de experiencias agradables por un lado y, por el otro, en una antropología materialista donde el cuerpo es lo único real al ser lo medible y cuantificable y, por ende, el criterio de verdad absoluta.

Respecto de la segunda idea, es decir, que la búsqueda de la inmortalidad recae en el miedo a la misma mortalidad hay que decir que su base está, por un lado en la ignorancia ante el mismo fenómeno de la muerte pues no puede haber experiencia de la misma a priori, y por el otro lado, en una antropología igualmente materialista en donde se niega la existencia de un componente espiritual que trasciende al cuerpo y que no está sujeto a las leyes del tiempo y del espacio como lo está el cuerpo, por ende, que no muere a pesar de que el cuerpo sí.

Como se advierte, ambos cimientos son limitativos de lo que la persona es en sí misma porque, por más que vivamos cien años, un día moriremos, pero en ese morir, habrá una parte de nosotros que trascenderá al instante de nuestra muerte pues de la misma forma en que experimentamos sentimientos, emociones, recuerdos, pensamientos que no tienen un sustrato ni material, ni cuantificable y, menos aún, observable, somos una unidad de cuerpo y espíritu aunque no veamos nuestro espíritu ni lo podamos someter al juicio empírico de la verdad.

Buscar vivir de la mejor manera posible y lo más sanos que se pueda el tiempo de vida que tenemos es, no sólo una opción sino un imperativo que resguarda el mandato de cuidarnos y el instinto mismo de conservar nuestra vida, pero desear tanto el ser inmortales al grado de caer en alteraciones irremediables y hasta riesgosas a nuestro cuerpo, y a vivir sólo para no morir no es ni una obligación ni un deber sino un capricho que roza la locura de querer ser algo que, por esencia, no somos.

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