Luis Manuel Garibay Berrones
Psicoterapeuta sistémico con 15 años de experiencia, docente y terapeuta en la Universidad Panamericana.
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Recitaba Georges Moustaki, en su canción “Ma Sollitude” (Mi Soledad), que tantas largas noches pasó en soledad, que aprendió de ella tanto como lágrimas había derramado, hasta considerarla una amiga, una cómplice, una fiel compañera, “fiel como una sombra” que estaría con él hasta su último día. Es una bella manera de expresar el ideal acerca de cómo vivir la soledad: como una compañía. Es decir, que cuando me dejo acompañar por mi soledad puedo tener un diálogo interior que se presta para conocerse, encontrarse, encontrar el amor propio, y reflexionar sobre las propias acciones, para llorarlas u honrarlas, para decidir cambiar o continuar, para curar las heridas y extrañar las gracias que generan los demás en mí.
En la soledad evalúas tu vida y valoras los eventos y las personas que la han marcado, al tiempo que ratificas o cuestionas el impacto que han tenido en tu persona. De modo que resulta ser una toma de conciencia y de honestidad personal, un trabajo de crecimiento individual, una búsqueda espiritual de luz interna, creatividad y trascendencia.
¿Cómo no desear una compañía así que tanto nos aporta?
Excepto cuando no la deseas, porque puede ser trágica. La soledad también tiene su lado oscuro: conectar con sentimientos de vacío, no sentirse visto, escuchado o entendido por nadie. Nos presenta los acontecimientos de una forma cruda y sin filtros. Influenciada por nuestro pasado, por la nostalgia de no tener lo que se tenía, de no haber logrado lo que esperaba, de no ser lo que hubiera querido llegar a ser, adquiere la carga de una angustia existencial que exacerba sentimientos de desesperanza, desesperación y tristeza profunda. Desata todo tipo de pensamientos autodestructivos: puedes sentirte desconectado de todos, hasta de tus personas más amadas, aumentando considerablemente la sensación de aislamiento, de carencia de amor y de sentido de vida, así como la percepción distorsionada de ti y del mundo, hasta hacerte creer que tu vida no tiene ningún propósito y que el suicidio parezca la solución.
Este tipo de soledad, que yo prefiero llamar desolación, está relacionada con la salud mental por ser parte de los síntomas de la depresión, la ansiedad y el estrés excesivo. Tiene un impacto físico en problemas para dormir, deterioro cognitivo, enfermedades cardiovasculares e incluso aumento en el riesgo de mortalidad prematura.
Incluso la Organización Mundial de la Salud la clasificó como un factor de riesgo significativo, por lo que creó en 2023 la Comisión sobre la Conexión Social con el propósito de estudiar y tratar la soledad como un problema de salud pública, así como de promover intervenciones que pongan de relieve la importancia de las conexiones humanas y las redes comunitarias.
Si como persona te sientes en relaciones superfluas, frágiles o en las que eres desechable; si te sientes excluida, rechazada o incomprendida; si crees que la sociedad te ha quitado tu autenticidad o te ha empujado a ser quien no eres; si por desear el éxito o temer al fracaso te has alejado de seres y metas significativas; si percibes que las redes sociales son una ilusión y te sientes frustrada por no tener lo mismo que publican los demás; si los constantes cambios, separaciones y pérdidas de personas, lugares o condiciones sociales te hacen sentir incertidumbre, desorientación o cansancio… Lo que sientes es profundamente humano, es un malestar real que pide ser atendido, no como si fuera una condena definitiva contra ti, sino como una invitación a escucharte, entender para qué y responder con sabiduría a esas realidades difíciles.
Sea porque tenemos un cerebro social que se desarrolla desde y para socializar, porque buena parte de nuestra infancia requerimos de la asistencia de nuestros padres y adultos para sobrevivir, sea porque interiorizamos las voces de la sociedad sin saber cómo diferenciarlas o qué jerarquía darles respecto de nuestra propia voz, y también sea porque el amor y la felicidad humanas sólo se conciben en relaciones recíprocas y de pertenencia; que la soledad nos acompañe entonces a fortalecer nuestra identidad en el camino de crear nuevas y auténticas conexiones.