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Si vas a reescribir la historia, al menos que tu presente no parezca un mal chiste…
Macraf
Llama la atención que, en las últimas semanas, el nombre de Felipe Calderón prácticamente ha desaparecido de la narrativa oficial que emana de Palacio. Ahora, el nuevo enemigo favorito de la transformación de cuarta es el expresidente Ernesto Zedillo. Hemos migrado de la era en la que el tabasqueño culpaba un día sí y otro también a Calderón de todos los males del país, a una nueva etapa comandada por la corcholata mayor, quien ha decidido que Zedillo es el nuevo gran villano a vencer.
Y si antes el mantra del nuevo morador de Palenque era la “guerra de Calderón”, hoy desde los pasillos de Palacio no se pronuncia otra frase con tanto ahínco como el “Fobaproa de Zedillo”.
Pero pongamos orden, porque si usted, estimado lector, nació a finales de los noventa o inicios de los dos mil, puede que no tenga muy claro a qué se refiere todo esto. El famoso Fobaproa, en realidad, no se creó durante el gobierno de Zedillo, sino en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, en 1990. Su objetivo era conformar un fondo que permitiera hacer frente a una eventual crisis financiera, evitando que se tambaleara todo el sistema bancario mexicano.
No fue un invento salinista aislado, sino una reacción preventiva a la triste costumbre de las crisis sexenales. Tener un fondo de contingencia permitiría al gobierno inyectar recursos a los bancos en caso de necesidad, comprando deuda y otorgándoles liquidez. Por supuesto, la confusión de la nueva moradora de Palacio es comprensible: si algo distingue a la 4T es su poco entusiasmo por leer o entender antes de acusar.
La estructura del Fobaproa se activó formalmente al inicio del gobierno de Zedillo, justo cuando estalló la crisis del “error de diciembre” de 1994. En ese momento, el gobierno decidió comprar la deuda de los bancos por 552,300 millones de pesos, lo que representaba el 11% del PIB. ¿Fue polémico? Sin duda. ¿Fue doloroso? También. ¿Evitó una crisis financiera mayor? Muy probablemente sí.
En 1999 se extinguió el Fobaproa y se creó el Instituto para la Protección al Ahorro Bancario (IPAB), que persiste hasta hoy como el encargado de administrar el seguro de depósitos. Gracias a él, si un banco quiebra, los ahorradores están protegidos hasta por tres millones de pesos. En un país donde los sustos financieros son cíclicos, eso, hay que decirlo, no es poca cosa.
Ahora bien, la deuda remanente del Fobaproa, según datos de la Secretaría de Hacienda, ascendía a un billón de pesos al cierre de 2021 (alrededor de 51 mil millones de dólares). Suena escandaloso, hasta que se compara con los 45 mil millones de dólares que ha costado, según estimaciones conservadoras, la suma de errores del sexenio pasado: una refinería que no refina, un tren que destroza selvas y un aeropuerto que nadie usa. El Fobaproa fue un rescate bancario. Esto otro ha sido un desfalco con sombrero nacionalista.
Y claro, es más cómodo culpar al pasado. Como lo hizo en su momento el tabasqueño, ahora la pseudo emperatriz exige auditorías y amaga con investigar a la familia del expresidente. Zedillo ya ha respondido: está dispuesto a ser auditado si se hace lo propio con las obras emblemáticas de Andrés Manuel.
Y ya que estamos con datos que se intentan enterrar bajo la alfombra, vale la pena recordar que Zedillo recibió un país virtualmente quebrado en 1994 y entregó en el año 2000 una economía con un crecimiento del 7% en su último año. Gracias a la estabilidad de su sexenio, se pudieron navegar con relativa calma los gobiernos de Fox, Calderón, Peña y, sí, incluso el de Andrés Manuel.
Pero claro, de eso no hay memoria en el segundo piso de la transformación. Mejor seguir repitiendo frases de los años noventa, no sea que hablar del presente se vuelva incómodo.
Así, así los tiempos estelares del segundo piso de la transformación de cuarta.