Apenas recuperada de la crisis de semiconductores de 2021, la industria automotriz mundial vuelve a enfrentar una disrupción en su cadena de suministro. Esta vez, el problema no son los chips, sino las llamadas tierras raras: un grupo de 17 elementos esenciales para fabricar vehículos eléctricos, sistemas electrónicos y componentes de alto rendimiento.
China, que produce el 90% de estos materiales y controla su refinamiento, impuso en abril un sistema de licencias para su exportación, con el argumento de proteger su seguridad nacional. La medida, interpretada como una respuesta a las restricciones tecnológicas impuestas por EE.UU., ya está afectando la producción de automóviles en Asia, Europa y América.
“El problema no es solo que China los produce, sino que también los refina, y pocos países están dispuestos a asumir el costo ambiental y social de ese proceso”, explica Rubén Hoyo, gerente de producto de Kia en México. El procesamiento de tierras raras implica uso de químicos agresivos y genera residuos altamente contaminantes, lo que ha frenado proyectos en países como EE.UU., Alemania y Canadá.
Estos materiales no solo mejoran el desempeño de las baterías de iones de litio mediante elementos como el cerio y el lantano, también son clave en motores eléctricos, sensores, actuadores y catalizadores. De hecho, el fabricante japonés Suzuki fue uno de los primeros en reportar paros en la producción del Swift convencional por la falta de sensores que dependen de tierras raras.
En Europa, la asociación de proveedores automotrices CLEPA reportó interrupciones similares. Según sus datos, solo una de cada cuatro solicitudes de licencia para exportar tierras raras ha sido aprobada por el gobierno chino, y sin un calendario previsible.
Algunas automotrices han empezado a buscar alternativas. BMW ha desarrollado motores eléctricos sin imanes permanentes, aunque aún necesita tierras raras para otros componentes. General Motors, Ford y Stellantis lograron licencias temporales en junio, válidas por solo seis meses, lo que deja a la industria en una posición frágil.
Mientras tanto, gobiernos de EE.UU. y la Unión Europea han anunciado planes para relocalizar parte de la cadena de suministro, invertir en reciclaje y abrir nuevas minas. Sin embargo, esas soluciones tomarán años en consolidarse.
La Agencia Internacional de Energía estima que la demanda de tierras raras será 20 veces mayor en 2040 que en 2018, lo que subraya la urgencia de diversificar proveedores. Pero en el corto plazo, la mayoría de los fabricantes dependen críticamente de un solo actor: China.
“La dependencia industrial sigue siendo profunda”, advierte Hoyo. “Ni Tesla ni BYD son autosuficientes; todos dependen de algo externo”.
Hoy, al igual que ocurrió con los chips, el eslabón más frágil de la cadena industrial vuelve a quedar expuesto. Y la lección es la misma: la concentración del suministro en manos de un solo país puede paralizar a toda una industria.