El Premio Nobel de Economía 2025, entregado al trío de académicos conformado por Joel Mokyr, Philippe Aghion y Peter Howitt, ha centrado el foco global en un motor económico tan vital como disruptivo: el crecimiento impulsado por la innovación. Los laureados fueron reconocidos por explicar cómo la tecnología genera el desarrollo sostenido a través de la «destrucción creativa», un proceso donde las nuevas tecnologías y empresas inevitablemente desplazan a las antiguas, movilizando recursos y riqueza.
Este galardón llega en un momento de efervescencia tecnológica y debate socioeconómico. El trabajo de Mokyr, que identificó las condiciones históricas e institucionales para que el progreso tecnológico se convierta en la norma, se complementa con la teoría de Aghion y Howitt sobre la dinámica innovadora. Sin embargo, esta «destrucción» no es inocua. Uno de los ganadores, Peter Howitt, advirtió de inmediato que el potencial de la Inteligencia Artificial (IA) para aniquilar empleos altamente cualificados requiere una regulación urgente.
La elección de este año marca una continuidad con las tendencias de la última década, en la que el premio ha buscado abordar problemas económicos con alto impacto social. De 2015 a 2024, el Nobel se enfocó en temas como la pobreza, la desigualdad de género, los experimentos naturales para evaluar políticas públicas y el rol crítico de los bancos en las crisis financieras.
El mensaje subyacente de la Real Academia Sueca de Ciencias es claro: el crecimiento no es un derecho adquirido. Para que la innovación sea una fuerza positiva, los países no solo deben adoptarla, sino también crear las condiciones para gestionar sus inevitables conflictos, como la desigualdad y la obsolescencia laboral, facilitando el cambio en lugar de obstaculizar la renovación.