25 de octubre de 2025
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OPINIÓN

Deuda para gobernar, no para crecer

México alcanza niveles récord de endeudamiento sin un plan claro de crecimiento. La deuda pública financia política, no desarrollo, y compromete el futuro económico del país.

Coyuntura económica y algo más

La deuda no se mide en pesos, sino en pretextos: unos piden para invertir, otros para seguir mintiendo…

Macraf

Durante mucho tiempo escuché que endeudarse era lo peor que alguien podía hacer. En casa se decía que quien pedía prestado acababa mal, y más de una vez lo confirmé viendo negocios que se hundían por deberle hasta al carnicero. Con los años entendí que el problema no es la deuda, sino en qué se usa. Eso aplica igual para personas, empresas o países.

Las grandes economías lo tienen claro. Estados Unidos, Reino Unido, Alemania o Japón viven endeudadas, pero su deuda tiene un propósito: financiar crecimiento, inversión e innovación. El punto no es cuánto debes, sino qué generas con lo que debes. Es simple sentido común… justo ese que en la llamada transformación de cuarta parece extinguirse cada día. Pedirles lógica económica al oficialismo es como pedirle a una piedra de río que cante.

¿Entonces por qué tanto escándalo con la nueva deuda pública?
La respuesta es sencilla: porque no se entiende para qué se está pidiendo.

La Cámara de Diputados aprobó la Ley de Ingresos 2026, que contempla ingresos totales por 10.1 billones de pesos y un endeudamiento interno neto por 1.78 billones, una cifra récord en la historia reciente del país. Con ello, la deuda pública representará alrededor del 52.3% del PIB, y solo el costo financiero de pagar intereses ascenderá a 1.57 billones de pesos, más de lo que el gobierno destina a salud, seguridad o educación.

Es decir, México no se está endeudando para construir futuro, sino para financiar el presente político. Y eso tiene un nombre: populismo con tarjeta de crédito.

Si la deuda sirviera para detonar infraestructura, productividad o inversión —como construir carreteras, modernizar puertos, mejorar hospitales o escuelas—, sería un motor de crecimiento. Si el dinero se usara para impulsar energía limpia, fortalecer a las micro y pequeñas empresas o mejorar la competitividad, podríamos hablar de un Estado que invierte.

Pero no. En la práctica, los recursos van a mantener programas sociales, apuntalar el clientelismo electoral y cubrir el gasto corriente de una administración que vive obsesionada con su propia narrativa. Endeudarse para repartir dinero no es política social; es hipotecar el futuro con fines de popularidad.

El gobierno presume que la deuda se mantendrá “estable” como proporción del PIB, pero omite que el PIB apenas crece. El tamaño de la deuda ya no aumenta por estabilidad, sino porque la economía se estanca. Es el equivalente a presumir que no crece tu tarjeta porque tu ingreso no sube.

El problema de fondo es que no hay una estrategia económica detrás del endeudamiento, solo la necesidad de seguir pagando promesas. La deuda se convierte así en una herramienta de supervivencia política: un préstamo eterno para financiar aplausos temporales.

Y lo más preocupante: no existe un plan claro de cómo se va a reducir el déficit. La propia Ley de Ingresos reconoce que el desequilibrio fiscal se mantendrá prácticamente igual al del año anterior. En otras palabras, pedimos más prestado, gastamos más y seguimos igual de mal.

Si algo demuestra este ciclo es que la T de cuarta aprendió rápido la lección de su maestro: no hay dinero que alcance para mantener la ficción del bienestar. Y cuando el presupuesto se agota, el recurso fácil es endeudar al país, convenciendo a los suyos de que eso también es “soberanía financiera”.

Pero la historia enseña que ninguna deuda basada en propaganda termina bien. Tarde o temprano, el futuro llega con la cuenta en la mano. Y ese día, quienes hoy celebran la “transformación” descubrirán que lo que financiaron no fue desarrollo, sino su propia ruina.

Así, así los tiempos estelares del segundo piso, de la transformación de cuarta.

✒️ El apunte incómodo | De deudas, lodo y promesas

Mientras los diputados oficialistas levantaban la mano para aprobar el nuevo endeudamiento por 1.78 billones de pesos, la mayoría ni siquiera había leído completa la Ley de Ingresos. Pero eso sí, la aprobaron con la convicción de quien firma un pagaré sin saber la cantidad. A fin de cuentas, obedecer pesa menos que pensar. Y así, entre consignas y gritos de “¡es por el pueblo!”, hipotecaron el futuro del mismo pueblo que dicen defender.

Por otro lado, la corcholata mayor decidió hacer lo que su ídolo de barro nunca se atrevió: pisar el lodo. Su visita a la zona de desastre en Veracruz marcó distancia del morador de Palenque, aquel que prefería “no mancharse los zapatos” para cuidar la investidura presidencial. El gesto la humaniza y le suma puntos políticos, sí, pero también le deja un reto monumental: cumplir lo prometido.

Porque en este país, de lengua son los tacos… y más cuando se trata de política. No basta con abrazar damnificados si el presupuesto se va en propaganda; no basta con prometer reconstrucción si los recursos se pierden entre fideicomisos inventados. Hoy la presidenta tiene la oportunidad de demostrar que puede ser diferente; el problema es que cada peso comprometido ya está empeñado en mantener el circo.

Quizá el verdadero desastre no esté en Veracruz, sino en la manera en que se administra el país: con discursos de rescate, deudas sin destino y aplausos pagados por adelantado.

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