La megacorriente de inversión en tecnologías de inteligencia artificial (IA) está generando una división clara entre analistas e inversores. Por un lado, una encuesta de BofA Global Research muestra que el 54 % de los gestores de fondos consideran que las acciones relacionadas con IA ya están en una burbuja. Instituciones como el Bank of England advierten que el riesgo de una corrección abrupta en los mercados ha aumentado.
Sin embargo, otras voces más moderadas sostienen que la inversión, aunque masiva —con cientos de miles de millones de dólares dirigidos a centros de datos, chips y plataformas de IA— podría tener fundamentos sólidos. Por ejemplo, Goldman Sachs afirma que el gasto es sostenible, aunque no oculta que los ganadores finales del sector aún no están definidos.
El contraste se vuelve más agudo cuando se observa la magnitud del entusiasmo: empresas como OpenAI admiten estar en fase de sobreexcitación (‘over-hype’) y reconocen que “alguien va a perder una cantidad fenomenal de dinero”. Mientras tanto, un estudio del International Monetary Fund (FMI) advierte que, aunque la crisis sistémica es poco probable, una caída del sector IA podría provocar un reajuste amplio en los mercados generales.
En resumen, estamos ante un escenario de polarización: la IA promete transformaciones profundas y capital abundante, pero también exhibe signos de sobrevaloración y riesgo elevado. Para quienes gestionan carteras o evalúan nuevas entradas en el sector, la clave estará en diferenciar entre el boom estructural y la burbuja especulativa. Y es que, aunque la tecnología lo cambia todo, no todo lo que brilla es rentable.
