Cecilia González Michalak


La autora Jane Austen se ha popularizado debido a las mútiples adaptaciones de sus libros a la pantalla grande, pero pocos saben de ella como personaje. Nació en 1775 en Steventon, Hampshire, Inglaterra, y vivió en época de la Regencia, período entre 1811 y 1820, cuando el rey Jorge III fue considerado no apto para gobernar y su hijo Jorge IV subió al trono, marcando un parteaguas entre la era georgiana y victoriana.
La famosa novelista fue la séptima hija de una familia conformada por diez personas, el matrimonio Austen y sus ocho hijos. El jefe de familia era un reverendo anglicano que vivía de dar clases en su casa, por lo que la pequeña morada siempre estuvo llena de gente, incluyendo los estudiantes y los empleados domésticos. Los detalles de su dinámica familiar fueron muchas veces retratados en su obra. Por ejemplo, sus seis hermanos varones fueron reclutados en el ejército, hecho que se denota en Orgullo y Prejuicio; su padre al jubilarse mudó la familia a Bath, ciudad en la que su hermana se enamoró de un hombre que murió antes de que pudieran formalizar su relación, y que posiblemente inspiró la historia de Persuasión.
Jane Austen enfrentó todas las tribulaciones de su vida con inteligencia y picardía, siendo una mujer adelantada a su tiempo. En una época donde la educación no era formal y las mujeres eran preparadas para ser esposas y pertenecer a la sociedad, la escritora sabía que este sistema carecía de un sentido verdaderamente pedagógico. Coser, tocar el pianoforte, cantar, dibujar, y ser una buena anfitriona eran las prioridades formativas para las señoritas, mientras que los hombres podían aprender matemáticas, filosofía, administración, derecho y otras materias que eran más apropiadas para su sexo.
En Emma, este tema salta a la vista. La tutora de la protagonista, al casarse, abandona el hogar Woodhouse, dejando a ésta sin su brújula de sentido común. Sintiéndose ya toda una adulta, Emma se da el permiso de jugar a la celestina con diversas personas de su pequeña ciudad, jactándose de su abundante sabiduría hacia la vida. Evidentemente, sus decisiones le enseñarán a ser más humilde y a tener más templanza a la hora de querer manejar las relaciones de corazón de otros y a juzgar a las personas por meras apariencias.
De una manera hermosamente graciosa, Jane Austen describe a los personajes de tal forma que es posible imaginar a la perfección sus voces y gestos. Con un poco más de perspicacia, el lector, además, puede reperar las sátiras de los miembros de la sociedad que buscaban exaltar sus dotes económicas y no alimentaban sus dones humanos. Pequeños comentarios como que la gente pierde su patriotismo inglés por querer aparentar más con una costosa compra francesa, buscan subrayar actitudes que prevalecían en un momento complicado de la historia de Inglaterra.
De igual forma, con ironía y con embrollos amorosos, la novelista interpela por debajo del encaje de sus palabras lo necesario que es para una mujer el matrimonio. ¿Es por el estatus?, ¿es por un futuro económico seguro?, ¿es por costumbre?, ¿es por el deber de su género?, ¿es por amor? Emma hilvanará su propia respuesta a este predicamento a lo largo de las páginas, mientras que su soberbia se ve retratada por todos los juicios de carácter que emprendió al creerse una mujer adulta perteneciente a una clase alta.
Tal vez Jane Austen haya muerto en 1817, a los 41 años, y soltera, pero ninguna de estas características hacen que supiese menos de la vida y del amor, y de todas las oportunidades de las cuales las mujeres eran mermadas y de todas las obligaciones que éstas tenían que cumplir para no sufrir de prejuicios. Tal vez Mark Twain no la soportaba –su tirria por ella era bien conocida–, y decía que una buena biblioteca era la que no tenía ninguno de sus libros, pero creo que es importante que le den una oportunidad para quedar prendados de su frescura, su cinismo y su sarcasmo, impactantes para una mujer de su época.