
Jaime Tbeili Benpalti
Luis Donaldo Colosio, candidato a la presidencia por el PRI en 1994 asesinado en campaña, dio un discurso unos días antes de morir en la explanada del Monumento a la Revolución aquí en la Ciudad de México. Ahí nació la que posiblemente es su frase más famosa “Yo veo un México con hambre y con sed de justicia” (recomiendo escuchar la versión grabada de este artículo donde encontraran mi mejor imitación de Colosio)
Fue un discurso histórico. Reconoció errores pasados de su partido, hizo promesas de una lucha renovada que resonaron con todos los ahí presentes y abordó sin rodeos temas controversiales como el EZLN en Chiapas. Quienes estaban en el lugar cuentan que la audiencia se sentía energizada y a tope de emoción. Hay quien dice que el discurso tuvo tal impacto que se convirtió en la razón por la cuál mandaron a matar a Colosio.
Cierto o no, el discurso de Colosio tomó el enojo que tantas personas sentían por la situación del país y lo tomó como una causa propia. Y además lo hizo a costa de sus antecesores, también priistas: “Yo veo un México con hambre y con sed de justicia. […] De mujeres y hombres afligidos por abuso de las autoridades o por la arrogancia de las oficinas gubernamentales.”
No puedo imaginarme al entonces presidente Carlos Salinas contento con eso. Señalar abiertamente abuso de las autoridades o arrogancia de las oficinas gubernamentales era casi herejía para el aparato priista de la época. Y Luis Donaldo no sé quedó ahí, sino que transformó ese sentimiento en una oleada de esperanza, con él a la cabeza:
“Veo a ciudadanos angustiados por la falta de seguridad, ciudadanos que merecen mejores servicios y gobiernos que les cumplan. Ciudadanos que aún no tienen fincada en el futuro la derrota; son ciudadanos que tienen esperanza y que están dispuestos a sumar su esfuerzo para alcanzar el progreso.
Yo veo un México convencido de que ésta es la hora de las respuestas; un México que exige soluciones. Los problemas que enfrentamos los podemos superar.
Yo me propongo encabezar un gobierno para responderle a todos los mexicanos. El cambio con rumbo y con responsabilidad no puede esperar.”
Nunca sabremos si Colosio hubiera sido buen o mal presidente, pero creo que en simbolismos como los de ese discurso se esconde una idea muy importante para él: Un país con esperanza de mejorar.
En 2018 gran parte del pueblo mexicano tenía altas esperanzas de que López Obrador fuera el cambio que prometía ser. Los primeros meses de su mandato, a pesar de que ya se dibujaban síntomas de lo catastrófica que ha sido su administración, todavía contaba con confianza incluso en sectores que no votaron por él. Desde entonces, la esperanza en un mejor México no ha hecho más que disminuir.
Aunque las preferencias electorales todavía favorezcan a Morena y a su eterno líder, eso tiene más que ver con resentimiento, enojo y desconfianza frente al resto de los partidos que con verdadera esperanza de que Morena genere bienestar para el país. Es cierto, AMLO no es lo que prometió ser, pero ¿quién sí? ¿el PRI que ahora está coqueteando con Morena? (Por cierto, la reforma electoral es, tentativamente, lo más peligroso que ha propuesto el gobierno de la 4T).
En cuatro años la oposición no ha logrado conformar un bloque estable, firme y coherente. No ha logrado plantear una alternativa de país, ni en políticas públicas ni en liderazgos. Hoy lo que necesitamos son razones para tener esperanza. Creo que las hay, al menos en algunos gobiernos locales, esfuerzos de la ciudadanía, y uno que otro servidor público que está haciendo lo que puede.
Creer que las cosas pueden mejorar es puro optimismo. Creer que nuestro esfuerzo conjunto puede mejorar las cosas, eso es verdadera esperanza. Del tipo que genera un eco y se propaga entre otros, se contagia y se convierte en resultados.
Seguimos siendo un México con hambre y con sed de justicia. Tratemos de ser también un México de ciudadanos que generen esperanza en otros y que estén dispuestos a sumar su esfuerzo para alcanzar el progreso.