8 de julio de 2025 11:31 am
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OPINIÓN

“Por mí y por todos mis compañeros”

Compruebo tristemente cómo cada vez es más común que en nuestras conversaciones se oigan frases como “anoche sufrí un ataque de ansiedad” o “hace días que no encuentro ninguna motivación para levantarme de la cama”.

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(Audio por: Fátima Verónica Rodríguez Martínez)

Por Amanda Vega Hidalgo

Antes de que la covid-19 apareciera en la mente de todos nosotros cuando escuchamos el término “pandemia”, muchos estudios hablaban de otra “pandemia del siglo XXI”: la depresión. De acuerdo con la OMS, esta enfermedad es la cuarta causa de discapacidad mundial siendo, en el caso de las mujeres mexicanas, la primera causa. En concreto, son ellas, junto a los jóvenes y ancianos, los grupos de población que más la sufren. En el caso español, de acuerdo con un estudio realizado por la FAD[1] en 2018, uno de cada cinco jóvenes de entre 15 y 29 años padeció de depresión en el último año.

Es precisamente, de ellos, de los jóvenes, de los que hoy quiero hablar. Compruebo tristemente cómo cada vez es más común que en nuestras conversaciones se oigan frases como “anoche sufrí un ataque de ansiedad” o “hace días que no encuentro ninguna motivación para levantarme de la cama”. Pero, ¿qué es lo que causa exactamente este tipo de trastornos mentales? De acuerdo con los expertos no hay ninguna causa única y concreta, si bien se señalan ciertos factores explicativos como la predisposición genética, el ambiente familiar, una pérdida importante, el consumo de drogas y, por supuesto, el ambiente social que, además, influye en todo lo anterior.

Como joven, trabajadora y economista que ha padecido a sus veinticinco años varios ataques de ansiedad, quisiera centrarme a lo largo de las siguientes líneas, en esto último, la cuestión social. Por supuesto no pretendo ofrecer ninguna explicación desde la biología, la psicología o la neurología puesto que no son ellos mi ámbito de estudio. Ni si quiera pretendo ofrecer una explicación desde la economía puesto que sería necesario para ello un espacio más amplio. Simplemente, voy a describir una realidad social y económica que, desde mi punto de vista, constituye una de las grandes preocupaciones de la juventud, principalmente, en el contexto europeo.

Para preparar este artículo, he tenido la oportunidad de hablar con profesionales sanitarios y la realidad parece ser que muchas de las enfermedades mentales suelen “brotar” en la madurez temprana. Sin embargo, y puesto que parece un hecho que, como se acaba de señalar, el ambiente social modula, no puedo dejar de preguntarme qué es lo que ocurre en nuestras vidas exactamente durante estos años para que seamos caldo de cultivo de estas enfermedades, sin dejar de lado la individualidad y sus excepciones.

En tanto que futuros trabajadores, a lo largo de nuestra vida se nos va soltando a cuentagotas un mensaje claro: chicos, tenéis que ser competitivos. Estudiad mucho, sed los mejores de vuestra clase, aprended idiomas (cuantos más mejor y si entre ellos está el chino o el ruso, aún mejor, que son países emergentes y cuando en el futuro nadie los indique en sus currículos, seguro que te contratan), escoged una carrera con salidas (no importa si no te gusta mucho o nada), haz un máster (de los caros), invertid en cursos de formación (inversión segura, dicen), aprended a tocar algún instrumento, id a campamentos de verano en el extranjero (de los de estudiar, por supuesto, no te vas a ir de vacaciones en vacaciones) y, no te olvides, claro, de hacer deporte (a ver si te haces deportista de élite que te dan becas en la universidad), no para disfrutar de una vida sana y sentirte mejor contigo mismo, sino para estar delgada y atlético. Ah, y no te olvides de mostrar una gran sonrisa en las redes sociales para conseguir muchos seguidores. ¿Cuál es la promesa? Un trabajo digno que te permita disfrutar de unas condiciones materiales decentes y por fin, poder ser feliz sintiendo que todo aquel esfuerzo ha merecido la pena.

Y es aquí donde la realidad nos da de bruces pues el momento llega y nada de ello ocurre. Lo único que encontramos son expectativas incumplidas mientras que los gurús del “coaching” nos aseguran que, si estamos tristes, es porque nosotros queremos ya que en la vida “hay que saber disfrutar de los pequeños detalles” para ser feliz. Poco importa que, sin haber cumplido los treinta, hayamos sufrido en carne y hueso la mayor crisis de la historia del capitalismo a nivel mundial que va camino de ser superada por la que ya se venía fraguando tiempo atrás y que aún no ha dejado sentir sus peores consecuencias.  O que, de acuerdo con los datos de Eurostat[2], el empleo entre la población de los 15 a los 29 años se encuentre estancado con valores en 2019 similares, o incluso inferiores, a los de 1995; que la tendencia del empleo a tiempo parcial en ese mismo grupo de edad sea claramente positiva o, lo peor de todo, que la cifra de trabajadores pobres de entre 20 y 29 años presente una propensión alcista en el periodo 2004-2019[3].

Fuente: Eurostat

Ante esta situación, si aceptamos la desesperanza como principal síntoma de la depresión, un contexto en el que la situación material de los jóvenes trabajadores se ve mermada, desde luego, no ayuda a combatirla. No obstante, “el primer paso es reconocerlo”.


[1] Fundación de Ayuda contra la Drogadicción

[2] Se han consultado los datos de la UE-28, UE-27, Alemania, Francia, Italia y España.

[3] Periodo temporal disponible.


Recuerda seguirla en Twitter: @AmandaVegaHida1

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