Cecilia González Michalak

Edvard Munch nació el 12 de diciembre de 1863 en Løten, Noruega. Hijo de un médico militar y de un ama de casa, conoció la muerte desde pequeño, cuando su madre y hermana murieron de tuberculosis. Su padre se refugió en la religión, lo que en Edvard generaría una personalidad conflictiva que se vería posteriormente reflejada en sus obras. Algunas personas creerían que representaban las variaciones de la sinfonía de la existencia humana, pero otras, como el régimen nazi cuando invadió Noruega, pensaba que eran pinturas degeneradas por plasmar la muerte y las enfermedades mentales, por lo que confiscaron sus obras de los museos nórdicos.
La verdad, es que Munch no era ningún demente. Simplemente su sensibilidad ante los problemas del hombre moderno era demasiado angustiante para el status quo de la época, que se avergonzaba de sentir soledad, desesperación, ansiedad o temor por la muerte. Gracias al simbolismo y al impresionismo, encontró su voz en el arte para descargar todos los sentimientos que lo sofocaban en el día a día, lo que lo convirtió en uno de los precursores del expresionismo.
“Iba por la calle con dos amigos cuando el sol se puso. De repente, el cielo se tornó rojo sangre y percibí un estremecimiento de tristeza. Un dolor desgarrador en el pecho. Me detuve; me apoyé en la barandilla, preso de una fatiga mortal. Lenguas de fuego como sangre cubrían el fiordo negro y azulado y la ciudad. Mis amigos siguieron andando y yo me quedé allí, temblando de miedo. Y oí que un grito interminable atravesaba la naturaleza”. Así empezó la historia del famoso puente de Munch que iba a inspirar una serie de cuadros, sobre todo su obra maestra: El Grito. La primera serie que realizó, fue La desesperación (1892), donde un hombre con sombrero se encuentra en una actitud completativa viendo el fiordo desde el puente durante la puesta del sol.

Munch siguió experimentando las sensaciones de ese puente y esa vista. No podía sacarse el sonido ensordecedor que lo cimbró de angustia y de dolor. Probó hacer una figura más andrógina, más fantasmagórica, tendiendo hacia la cara de un muerto exhumado, abrumado por el grito infernal de la humanidad. Con los diarios de Munch, se entiende que realmente el personaje principal no estaba gritando, sino tapándose los oídos para aplacar el alarido de la existencia. De hecho, el artista creó cuatro obras similares con diferentes técnicas, siendo la de 1893, realizada en óleo y temple sobre cartón la más famosa de todas.

Posteriormente, en 1894, realizaría Ansiedad, donde esos mismos fantasmas sin rostro, en el mismo puente de Ekeberg, con el fiordo de Oslo como paisaje, deambulan mecánicamente sin vivir realmente. Sólo la niña, en primer plano, sigue con algunos de sus rasgos, pero denotando tristeza y soledad. Estas mismas personas son las que aparecen en Tarde en Karl Johan de 1892, parte de una serie llamada La crisis de la vida, donde las personas están muertas en vida y sólo conduciéndose por inercia.

El puente de su obra está en el imaginario de todos como parte de la cultura visual que se vive en el día a día. Las obras inspiradas en ese paseo, son tan llamativas, hipnotizantes y empáticas, que incluso en los últimos años, dos de las versiones de obra El Grito han sido robadas. En febrero de 1994, fue robada la versión más famosa, que se encuentra en la Galería Nacional de Oslo, pero fue recuperada dos meses después. En agosto de 2004, se produjo el robo de la versión de 1910 que se encontraba expuesta en el Museo Munch, y se recuperó dos años más tarde.