18 de junio de 2025 12:56 pm
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OPINIÓN

La “resiliencia” y el discurso institucional

...el sistema económico mundial está en crisis y su capacidad de recuperación con respecto a los ciclos recesivos cada vez es menor y estos, además, son cada vez más frecuentes...

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(Audio por: Veronica Michelle Becerril Zamora) Amanda Vega Hidalgo

El concepto de “resiliencia” de acuerdo con la RAE tiene dos acepciones. La primera de ellas: “capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos” y la segunda, con un matiz interesante para el tema que nos ocupa, cita lo siguiente: “capacidad de un material, mecanismo o sistema para recuperar su estado inicial cuando ha cesado la perturbación a la que había estado sometido”.

Ya lo he señalado en múltiples ocasiones: el sistema económico mundial está en crisis y su capacidad de recuperación con respecto a los ciclos recesivos cada vez es menor y estos, además, son cada vez más frecuentes. Sin embargo, como no puede ser de otra manera, aquellos que conducen la actividad económica, buscan desesperadamente y de forma continua la manera de superar estos ciclos negativos. Los organismos internacionales, como agentes indiscutibles que reman en favor de la rentabilidad, juegan también un papel muy importante en este sentido. Influenciados por el término de animal spirits, una de sus principales estrategias es la de la comunicación en su concepción más amplia.

Desde hace varios años, acentuándose definitivamente desde la pandemia, estos organismos emplean el término resiliencia de forma casi masiva. Así, en diversos artículos e informes del Banco Mundial se llama a la construcción de resiliencia a largo plazo para afrontar la recuperación de la pandemia e incluso la CEPAL tiene una importante línea de trabajo con el objetivo de medir los niveles de “resiliencia” de distintas zonas de América Latina y el Caribe. Por otro lado, el FMI llama a la construcción de nuevos y más sólidos lazos entre las comunidades del mundo y a “repensar la resiliencia mundial” como el camino que se debe seguir para “salir más reforzados” de esta crisis. Incluso, yendo más allá del discurso, en noviembre de 2020 ratificó la línea de crédito concedida a México por valor de 61000 millones de dólares concedida en 2019 tras “constatar la resiliencia de su economía a pesar del impacto de la covid-19”.

Es cierto que este término se ha usado tradicionalmente para referirse a la capacidad de ciertas zonas, eminentemente de países periféricos, de recuperarse del impacto de catástrofes naturales. Sin embargo, como se ha visto, la resiliencia ha sido el concepto ganador para describir los planes de actuación frente a la actual crisis cuyo trasfondo va mucho más allá de la pandemia, tanto para los países de la periferia mundial como para los del centro. Así, ya en julio del año pasado, el FMI llamaba a la edificación de “una Europa más resiliente” y advertía: la recuperación regional va a ser desigual, teniendo en cuenta, sobre todo, las rigideces del mercado laboral con la que ya contaban algunos de los países miembros. Esto último ya da muchas pistas de por dónde van realmente los tiros de la “resiliencia”.

Por supuesto las instituciones europeas no se quedan al margen de este discurso, hasta el punto de que, como ya se abordó en febrero de este año, el día 18 de ese mismo mes, se publica el Reglamento (UE) 2021/241 del Parlamento Europeo y del Consejo de 12 de febrero de 2021 por el que se establece el Mecanismo de Recuperación y Resiliencia, el mayor plan de rescate jamás financiado por la UE al que se le añaden los apellidos de “ecológico, digital y oportunidad de desarrollo” para encubrir su principal función: más estímulos al capital pagados con fondos públicos a costa de los trabajadores europeos. Todos saben que más liberalización del mercado laboral y recortes de pensiones van a ser los principales pilares de estos planes de recuperación (esto también se abordó en anteriores artículos). Por tanto, ¿de qué va en realidad esto de la resiliencia? Si atendemos de nuevo a la definición, pareciera que todos estuviéramos en el mismo barco y remáramos en la misma dirección, haciendo los mismos sacrificios, todos a una con el objetivo de superar este shock exógeno que ha sido la pandemia. No obstante, la evidencia empírica indica otra cosa. Observando, por ejemplo, el coeficiente salarial[1] que mide la correlación de fuerzas que en una economía existe entre trabajo y capital, se comprueba lo siguiente:

Fuente: elaboración propia a partir de AMECO

Este coeficiente compara el salario medio que recibe cada trabajador de una determinada economía con el nivel de ingresos medio que recibe cada capitalista. De esta forma, cuando el coeficiente es igual a la unidad, lo que indica es que hay equidad, a nivel medio, en la distribución de riqueza entre trabajo y capital. Cuando es menor a la unidad, es que el salario medio de cada trabajador es menor al ingreso medio de cada capitalista. Por tanto, en la evolución mostrada por el indicador, se evidencian, principalmente, dos hechos: el primero, que la balanza está cada vez más del lado del capital y, segundo, que en los últimos años se aprecian tendencias divergentes entre los países de la periferia europea (España e Italia como muestra) y del centro (Alemania y Francia).

La resiliencia se nos vende como una forma de alentar y de medir la solvencia y robustez del sistema, pero lo que realmente subyace tras ese discurso es la legitimación del hecho de que los trabajadores sigan pagando los platos rotos del capital a costa de pérdidas en su bienestar. Ya no demandar mejoras, sino simplemente preservar las conquistas sociales hasta ahora conseguidas, te hará menos resiliente. De nuevo, la responsabilidad recae enteramente sobre los trabajadores.


[1] Salario relativo/tasa de asalarización

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