Carla Roel de Hoffmann

Una forma de abuso sexual infantil es invitar a los menores a ver material pornográfico o a participar en su producción. En esta ocasión, quiero analizar la primera conducta descrita: la exposición de niños, niñas y adolescentes a la pornografía. En estudios realizados en otros países, entre el 44 y el 48% de los menores de edad reportan haber estado expuestos a la pornografía, muchos desde los 8 años de edad. La exposición constante a la pornografía tiene efectos negativos en los niños, niñas y adolescentes.
Con el encierro que todos vivimos en la pandemia, el uso de dispositivos electrónicos y la navegación por internet se hizo una necesidad para todos los miembros de la familia, tanto los que trabajamos, como los que estudiamos, sin importar la edad y la preparación previa para poder discriminar la información que recibimos. El aprendizaje al través de los medios electrónicos es una realidad que no podemos negar, pero cuando el contenido es violento, con claros estereotipos de género y sexualmente explícito, daña la percepción del mundo, incrementa conductas de alto riesgo y afecta la capacidad de tener, en un futuro, relaciones personales exitosas y duraderas.
Tristemente, la pornografía es la primera “educación” sexual que reciben muchos menores. Mediante imágenes de suyo violentas, los niños aprenden de relaciones enfermizas que normalizan el daño sexual y que muestran la falta completa de relaciones afectivas entre adultos que mantienen relaciones sexuales desvirtuadas, sin ninguna protección para evitar enfermedades de transmisión sexual. En ocasiones, esas imágenes muestran abuso sexual y violaciones.
Los niños aprenden, en gran manera, por imitación: observan lo que hacen los que los rodean y luego repiten esas conductas. La sexualidad explícita que se muestra en la pornografía, afecta y afectará de manera significativa su concepción de las relaciones sexuales y las relaciones afectivas. No podemos negar que la pornografía es sexista y hostil hacia las mujeres, la agresión y la violencia hacia la mujer que muestra enseña a los niños y a los adolescentes varones que es socialmente aceptable, y en ocasiones deseable, comportarse de manera violenta y degradatoria hacia las mujeres, no solo en cuanto al control y sometimiento sexual que muchas imágenes contienen, sino también con relación a la violencia verbal que se sufre.
En esos estudios que leí para escribir este comentario, los menores que consumieron pornografía, los varones eran hasta 6.5 veces más propensos a realizar conductas sexuales agresivas que aquellos que no lo hacían, aquellos que veían material sexual violento eran 24 veces más agresivos con sus parejas. En la edad en la que se aprende a establecer relaciones románticas – la adolescencia – el uso de pornografía decrece la capacidad de establecer y mantener relaciones de pareja sanas, ya que, en esa imitación de la conducta que ven, buscan replicar en la realidad la violencia verbal y sexual, la objetivización del otro, la búsqueda egoísta del placer sin considerar al otro como igual.
Hace años leí a un agente del FBI que enumeraba las características de los asesinos en serie. El 100% de los casos analizados eran adictos a la pornografía. Sí, la adicción a la pornografía existe. Y esa adicción tiene consecuencias funestas en la vida cotidiana de las personas. Cuando estudio la posibilidad de la existencia de una causa de nulidad matrimonial canónica, me sorprendo de la cantidad de parejas que tienen problemas sexuales serios por la distorsión que uno de los dos tiene de una relación sexual sana y satisfactoria por el uso y el abuso de la pornografía.
Este tipo de abuso sexual infantil, que para muchos parecerá inocuo, tiene consecuencias graves en el autoconcepto del menor, en la concepción que tiene de las relaciones sociales, afectivas y sexuales de la persona que fue expuesta a imágenes violentas de contenido sexual.
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