Michelle Bermúdez Betancourt

¿Alguna vez en sus momentos de insomnio o reflexión se han preguntado qué es una comunidad política? o ¿qué es una sociedad política? A diferencia de lo que acostumbramos a pensar, la sociedad política no está conformada únicamente por partidos o funcionarios públicos. Si partimos de la idea clásica que plantea a toda persona como un ser político, podemos entonces asegurar que dicha sociedad se entiende a sí misma como una construcción y conjunto de partes sumamente profundas que trascienden de identificarse como tan solo unos cuantos nombres o títulos. La sociedad política cuenta con tres partes claves que le crean y dan sentido: la autoridad, el régimen político y la comunidad política. Mientras que la primera se refiere a las figuras de autoridad reconocidas y legitimadas en un Estado y la segunda a las normas, estructuras de autoridad, reglas y principios determinados de un Estado es, en realidad, la tercera de las partes aquella que concentra nuestra atención en esta ocasión. La comunidad política contiene y se explica específicamente a través de las instituciones, organizaciones políticas, la ciudadanía -conformada por personas mayores de edad poseedoras de derechos políticos- y si, también a través de los partidos políticos en ocasiones.
Una vez aclarado este punto podríamos decir que tenemos una respuesta a la pregunta inicial; sin embargo, la explicación teórica si bien ilustrativa y clara, resulta, hasta cierto punto, insuficiente y ambigua para explicar la relevancia y complejidad de una realidad política tan inmensa, como lo es la realidad política mexicana. Sin comunidad política, no habría razón ni sustento para la existencia de un Estado; en otras palabras, no habría reglas sin instituciones, autoridad sin ciudadanía y estructuras sin organización. Es por ello que la comunidad política es la estrella de una sociedad; aunque resulte más fácil ser críticos del gobierno o de la autoridad, en especial en una realidad con tan altos índices de corrupción e impunidad, es en realidad siendo críticos de la comunidad política que podremos impulsar un cambio social mucho más veloz y eficiente.
Valdría la pena, entonces, preguntarnos qué está pasando con la comunidad política en México. No es sorpresa para nadie que la permanencia de nuestras instituciones -pensemos en instituciones entendidas como ideas compartidas y no como organizaciones- así como su estabilidad, son escasas. Por supuesto que resulta particularmente difícil construir instituciones sólidas cuando nos encontramos ante una ciudadanía enemistada entre sí, una ciudadanía que ha sido manipulada -en gran medida- por los discursos de autoridad, invirtiendo así los papeles y otorgándole, de esta manera, a la figura de autoridad un poder y estrellato que no le corresponden. Algunas organizaciones políticas y partidos políticos de manera muy peculiar también se han sometido a un juego en el cual la finalidad es el gobierno y la satisfacción de intereses individuales, dejando de lado a la sociedad como fin. Esto se puede resumir de la siguiente manera: el peor error que puede cometer, y está cometiendo, la comunidad política es el de ponerse a disposición de la voluntad de la autoridad.
Cabe aclarar que una comunidad política sana tampoco es aquella que en todo está de acuerdo, sino aquella que tiene desacuerdos, pero comparte el fin. El fin de construir una sociedad que funcione para todos; una sociedad libre, sin pobreza, con paz y educación. Una autoridad que no tiene un interés genuino de construir una sociedad funcional, siempre le hará creer a la ciudadanía que su principal enemigo es la misma ciudadanía. Una ciudadanía no enfocada, le da el poder al gobierno de actuar sin consecuencias y sin preocupación.
¿Qué es la comunidad política entonces? La comunidad política es la respuesta, el poder, la solución y el camino, siendo la ciudadanía la esencia de dicha comunidad. Debemos seguir siendo críticos de la autoridad, pero también de la comunidad política, una crítica que construya y no destruya, que busque integrar. Estamos en un momento clave para asumir lo que a nuestras manos merece, retomar el poder y no dejarnos enemistar ni hoy ni nunca más, por un cargo que no es más que temporal.