La literatura japonesa puede ser difícil para quienes están acostumbrados a leer autores occidentales. Esta complicación no reside en el vocabulario ni en las figuras utilizadas, se basa, sobre todo, en la mentalidad de una cultura que no conocemos del todo bien.
Pensemos en pinturas del mar y hagamos una comparación entre una obra europea y una japonesa; si observamos al Caminate sobre un mar de nubes de Caspar David Friedrich y luego La gran ola de Kanagawa de Katsushika Hokusai, podemos concluir que los occidentales queremos dominar la narrativa siendo parte de ella, mientras que los japoneses son meros testigos de la historia del mundo, viviendo las adversidades diarias sin querer ser protagonistas.
Con la literatura pasa algo similar. Los autores japoneses abren una celosía en la que el lector se puede asomar, más no dominar la narrativa ordenando cómo le gustaría que terminaran las historias. Es por eso que muchas personas que leen a escritores como Haruki Murakami o Banana Yoshimoto terminan con un sentimiento nostálgico de vacío, de una historia no totalmente terminada para el gusto acostumbrado del final feliz occidental.
La dependienta de Sayaka Murata es igual de disruptiva si la comparamos con historias escritas por mujeres occidentales: no hay que hacerse ilusiones de una vida que no es, simplemente hay que vivirla. La historia trata de una mujer de 36 años llamada Keiko Furukura. La protagonista es soltera y ha trabajado por 18 años en una konbini, un supermercado japonés abierto las 24 horas. Y es feliz. Es feliz siguiendo las normas de uniforme, de comportamiento con el cliente, del manejo de la tienda.
A pesar de su felicidad, es la rara. Rara porque lleva 18 años en un trabajo mediocre, rara porque no está casada, rara porque no le pesa ser soltera. En un momento dado, tiene la oportunidad de darle a su familia y a la sociedad la oportunidad de que la vean como alguien normal, pero lo importante es que se da cuenta que no tiene por qué darle gusto al mundo traicionándose haciendo cosas que no van con ella.
El libro es capaz de contar muchísimas cosas sin contar aparentemente nada, prestando atención tanto de lo expresado como de lo tácito, creando una doble lectura para que el lector saque sus propias conclusiones. Es una pequeña novela de 162 páginas –y la prosa te permite comerte el libro en una sentada–, que fue publicada en Japón en 2016. La autora quería mostrar lo extraordinario dentro de lo ordinario y viceversa, escribiendo desde el punto de vista de un personaje que desafía el pensamiento convencional dentro de una sociedad conformista.
Con esta novela Murata ganó el Premio Akutagawa en 2016 y fue nombrada Mujer del Año por la revista Vogue Japón. La novela ha vendido más de 600 mil copias en el país del sol naciente y en 2018 revolucionó el mundo literario anglosajón gracias a su traducción al inglés, y posteriormente al español. Independientemente de que la autora nos permite asomarnos tras los cristales del pequeño supermercado, la historia permite hacer una reflexión sobre nuestras actitudes y prejuicios, preguntándonos qué tan leal somos a nuestra personalidad y cuántas cosas hemos hecho por presión social.